Una de las cosas más comunes con las que batallamos a diario es nuestro carácter, es decir, todos los días llevamos a cabo esa famosa lucha con el enojo, la frustración, la desesperación e incluso las ganas de desatar nuestra furia en contra de alguien, es cuando tratamos de que nuestro dominio propio no se convierta en demonio propio, le ha sucedido?

Curiosamente, muchas personas tienen la idea de que el aguantarse las ganas de algo, ya sea algo agradable como comer algo rico pero que engorda ó el enojarse ante situaciones que nos afectan ó nos hacen sentir incómodos, tiene algo que ver con agradar a Dios ó con algo que pudiera desatar bendición y el favor de Dios hacia nosotros, como si el negar quienes verdaderamente somos, pudiera hacer algo a favor de nosotros, siendo que el aguantarnos no es más que contarle una mentira al mundo, a Dios y a nosotros mismos acerca de quienes somos y cómo es que reaccionamos, lo había pensado?

Obvio, hacer lo contrario tampoco es lo correcto, no podemos simplemente darle rienda suelta a nuestras pasiones y hacer lo que sentimos en el momento, pues obvio puede tener consecuencias y llevarse a terceros entre los pies al hacerlo.

Es cierto que debemos de dominarnos a nosotros mismos, de hecho la Biblia nos dice que aquel hombre que es capaz de dominarse a sí mismo, es capaz de dominar al mundo, por tanto la idea de no dejar salir a ese que quiere gobernarnos y que pretende hacer su fiesta emocional en nosotros es un principio correcto, la manera en la que lo hagamos es la que pudiera estar equivocada y la fuente de donde sacaremos este dominio puede ser la correcta y le quiero explicar porqué.

Es muy sencillo, muchas personas tienen la errónea idea de que el pecado es un acto y que solo tiene validez si se comete físicamente, pero en realidad como Dios lo entiende es diferente, el pecado se origina en la mente, así que aquel que se aguanta las ganas de algo pero piensa en ello todo el tiempo, peca igual ó incluso más que aquel que simplemente sigue sus instintos y comete el acto.

Por tanto tenemos que entender que el dominarnos no tiene que ver con el aguantarnos, sino con el entender de donde viene esa fuerza que hará que haya en nosotros no solo templanza sino paz, y esa viene de Dios, pero no como una camisa de fuerza, sino como un fruto agradable, en otras palabras, no es algo que nos limite, sino algo que nos sea inevitable y completamente natural, lo había pensado?

La Biblia nos narra en los versículos 22 y 23 del capítulo 5 de la carta a los Gálatas, que el dominio propio es un fruto que viene del Espíritu de Dios, pero curiosamente le anteceden unos cuantos frutos más, los cuales vienen del mismo Espíritu y tiene una razón de ser el que tengan un orden y el que el dominio propio sea el último de esta lista.

Es decir, Dios quiere transformar cosas en nuestro carácter, ojo, note que dije transformar, no cambiar, pues no pretende desechar quienes somos, sino sacar a flote cosas que son de Él que habitan dentro de nosotros y que necesitan ser puestas en orden para que puedan tener efecto.

Y por el otro lado las llama “frutos” y siempre que hablo de ello lo ejemplifico de esta manera: Los árboles toman lo amargo de la tierra y lo transforman en frutos dulces, atractivos y que alimentan a los demás, nunca un árbol se ha comido sus propios frutos.

De modo que si lo entendemos de esta manera, nos queda claro primeramente que la transformación de nuestro carácter depende de lo que Dios haga en nosotros y no de que nosotros aprendamos a aguantarnos, segundo que Dios usará al mundo (lo amargo de la tierra) para transformarlo en un fruto agradable a los demás, es decir que ni aún el dominio propio nos cuida a sentirnos bien, sino que está ahí para hacer mejor la vida de los demás y por último que todo es gradual, no podemos esperar a desarrollar el último de los frutos sin haberlo hecho con los que le anteceden, pues tienen una razón de ser.

Es justo ahí donde radica la diferencia, si uno tiene dominio propio sin tener el resto de los frutos de la lista, entonces sólo se está aguantando y tarde que temprano le sucederá que explotará y no podrá aguantarse más, pero si pasa por el amor, la alegría, la paz y todos esos frutos que a su vez no son circunstanciales, sino que son permanentes (eternos) también el dominio propio lo será y nunca más tendrá miedo de que el demonio propio que antes habitaba en nosotros salga y haga de las suyas.

Lo más emocionante de todo es la parte final de éste pasaje, que se corona diciendo “contra tales cosas no hay ley”, es decir cuando hay frutos del Espíritu en nosotros, no hay quien los pueda cuestionar, pues son tan dulces y tan atractivos que el mundo solo los toma y los disfruta.

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