Es muy común que las personas se cuestionen constantemente si es que habrán de ir al Cielo cuando mueran y sin embargo su consciencia les dice todo el tiempo que no es así y que tienen “mucho por hacer” para que eso pueda suceder y sin embargo no tiene idea de en qué consista ese “mucho por hacer” y van postergando día a día el enderezar su relación con Dios y van acumulando un sentimiento de temor hacia el morirse, pensando que no están listos para hacerlo y temiendo no poder ir al Cielo cuando suceda que mueran.

El detalle que más ignoran quienes piensan así es que no es por lo que ellas hagan que Dios habrá de concederles un lugar en el Cielo ó no, pues primeramente ese no es su objetivo y no debería de ser el nuestro tampoco, segundo, a pesar de la manera equivocada que pudiéramos tener de vivir, Yeshúa (Jesús) pagó por nuestros errores y nuestros pecados, y que lejos de tener “mucho por hacer”, solo tenemos que ir a su presencia y pedirle que nos dé una consciencia como la de Él, donde nosotros entendamos las cosas que Él entiende y cómo Él lo hace, de manera que entendamos la inminente necesidad de su sacrificio y de su sangre que tenemos para vivir adecuadamente y alineados al Reino de Dios.

Por tanto nuestro objetivo no es ir al Cielo, sino habitar en la eternidad de Dios, la cual muchos piensan erróneamente que empieza el día que muramos, pero en realidad no tiene ni principio ni tiene fin, solo accesamos a ella cuando decidimos nacer de nuevo y hacer de Yehsúa (Jesús) nuestro Señor y Salvador.

De modo que lejos de ir a algún lugar el día que muramos, empezamos a vivir esa eternidad en esta vida, y lo que decidamos hacer en esta vida es lo que haremos el resto no solo de esta vida, sino de la eternidad, por tanto es más delicado de lo que imaginábamos, pero a su vez más fácil si decidimos hacernos partícipes del sacrificio de Yeshúa (Jesús).

Es esto lo que nos abre el panorama al ver citas como las de hoy, que nos dejan muy claro que no es un asunto de obras, de comportamiento ni de pertenencia a un grupo, es el hecho de que le permitamos a ese Dios al que normalmente solo nos dirigimos cuando necesitamos ó queremos algo, que quite de nuestros corazones aquello que nos estorba y nos es prioridad antes que Él, que nos de pensamientos y sentimientos tan puros como los suyos y que nos de un celo por las cosas de los Cielos, a todo esto le llama circuncisión del corazón y es lo que moldea nuestro carácter para dejar de ser simples mortales y convertirnos en hijos de Dios ó como la Biblia lo describe en Cristianos, pues nos describe como pertenencia de Yeshúa (Jesús).

El ser cristianos no nos hace buenos de la noche a la mañana, sino nos pone en un plano de consciencia, nos lleva a saber exactamente la razón de cada acto y su consecuencia, nos lleva a perseverar en las cosas duraderas y nos quita el morbo por las cosas pasajeras, pero ojo!, el permitirle a Dios el circuncidar nuestro corazón no nos evita de la tentación, nada de eso, seremos tan susceptibles a ella siempre, pero nos dará una serie de frutos (Gálatas 5:22-23) que se encordonan con el dominio propio, de manera que gracias a ese entendimiento espiritual que habrá en nuestro corazón a causa de esa circuncisión.

No es que dejemos de ser malos para ser buenos, pues no es un acto de magia, sino es un acto de amor y como lo dije previamente, de consciencia, de modo que su palabra (la Biblia) nos será revelada de modo que entendamos siempre los motivos y el carácter de Dios cuando la leamos, de manera que podamos dejar aquello que nos evita de ser eternos por medio de un entendimiento constantemente renovado (Rmanos 12:1-2).

Por ello, lejos de estar pidiendo cosas en nuestro tiempo de oración que no sabemos si hemos de recibir, debemos de perseverar en lo que Dios su prometió darnos, empezando por un espíritu que tiene la función de permitirnos escuchar su voz (recuerde que esa fue la consecuencia del pecado de Adán y Eva) y la circuncisión del corazón, que nos permita hacernos hijos de Dios conforme vayamos aceptando su verdadera voluntad y por medio de ese entendimiento nuevo comportarnos como eternos y con propósito ó bien como lo ha escuchado antes “a su imagen y semejanza”.

Es justo en ese momento, cuando aprendemos a vivir así, que le perdemos el miedo a morirnos y la incertidumbre de a donde iremos, pues nuestro constante habitar en la presencia de Dios, nos habrá de dejar claro que sólo pasaremos de lo físico a lo espiritual, pero que habremos de ir a donde regularmente asistimos y haremos por la eternidad lo que siempre hemos hecho en esta vida, el adorar a Dios y darle honra y no pensar que cuando muramos iremos a ver a nuestra abuelita que se nos adelantó en el camino.

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