El reconocimiento es una de las cosas más importantes para el hombre en su vida, todas las personas lo anhelamos, lo necesitamos y tenemos la idea de que nos da identidad, estatus y poder, entre más reconocidos somos, mejor sabemos quienes somos y mejor lo sabe el mundo, entre más reconocimiento tenemos, mejor tratados somos por los demás y por último entre más reconocimiento tenemos mas poder tenemos pues el reconocimiento nos hace “dignos” de confianza y autoridad.
Pero en realidad no es importante si somos reconocidos o no, sino porqué somos reconocidos, pues hay quienes optan por ser reconocidos por ser “amigos de”, como si las virtudes del amigo le beneficiaran en algo, hay otros que pretenden adjudicarse los logros de otras personas para ser reconocidas o piensan que ciertos círculos o posiciones les darán el reconocimiento que anhelan, pero en realidad Dios lo dijo diferente.
Dios nos dijo que seremos conocidos y reconocidos por los frutos que demos (Mateo 7:20) y además de eso nos dijo que daremos frutos de acuerdo a nuestra naturaleza (Mateo 7:16), es decir, que no podemos dar frutos diferentes a lo que hay en nuestros corazones, ya que nuestra transformación será siempre desde adentro hacia afuera.
En otras palabras, hemos sido creados por Dios para ser a su imagen y con la capacidad de expresar su naturaleza (semejanza), por tanto parte de nuestra naturaleza y parte esencial es el dar, y no podemos dar nada que no tengamos, por tanto todo lo que demos viene de nuestro corazón, pues es ahí donde Dios pretende habitar y es lo mejor en nosotros.
Nuestros frutos, son todas las cosas en nosotros que benefician o afectan a los demás, ya que un árbol no se como sus propios frutos, sino son la parte más vistosa, agradable y atractiva en nosotros y la parte más dulce, pero que tal cuando vemos un fruto que es agradable y atractivo a la vista y resulta ser amargo o estar podrido por dentro?
Por tanto tenemos que tener más que claro que el dar frutos no es algo que sea siquiera opcional en nosotros, ya que de acuerdo a la palabra de Dios, árbol que no da frutos es cortado, es decir aquel que no tiene nada que dar no tiene un lugar en el Reino de Dios, y esto es preocupante, pues hay personas que aún creen que acercarse al Reino de los Cielos y estar “bien” con Dios tiene que ver con recibir cosas “buenas”, siendo que es el regresar a la capacidad consciente de dar.
Segundo, tenemos que dar buenos frutos, porque si no, las personas se alejarán de nosotros, ya que no les es agradable lo que hay en nuestro corazón y las personas dejarán de ser amables e incluso serán hipócritas con nosotros con tal de no tener que relacionarse a detalle con nosotros.
Y por último y parte de lo que dice la cita del día de hoy, debemos de dar frutos en su tiempo, es decir, no podemos darlo todo todo el tiempo pues nos desgastaremos, siempre tendremos algo que dar, pero nuestro árbol tiene que ser capaz de dar gran variedad de frutos y en el tiempo y la cantidad adecuada, de manera que nunca deje de dar gloria y honra a aquel que es el que provoca los frutos en nosotros.
Dar frutos a su tiempo es tener consciencia de lo que Dios está haciendo en nosotros y lo que ha hecho, dar frutos a su tiempo es la capacidad de nunca tener que recurrir al famoso “Dios por algo hace las cosas” y saber de donde y para qué viene cada asunto en nuestras vidas y cómo es que resolveremos cada situación y siempre conservando el dominio propio, el más emocionante de los frutos del Espíritu Santo en nosotros (Gálatas 5:22)
Dios no va a poner, Dios ya puso en nosotros la capacidad de dar frutos, cualquiera que haya nacido de nuevo (www.devocional-diario.com/wp/esa-oracion) tiene el fruto de Yeshúa (Jesús) en sí y con ello la capacidad de multiplicarlo, ahora es su responsabilidad de darlo, de que sea dulce y agradable y que llegue a tiempo, de acuerdo a lo que el Padre le ha dicho en la intimidad.