Esto de la identidad es un tema fascinante, pues lamentablemente, a pesar de la enorme cantidad de información a la que tenemos acceso hoy en día, muy poca de ella la analizamos y la usamos para nuestro beneficio, pero pareciera que entre más sabemos, menos sabemos quienes somos.

Me fascina leer como es que Dios dio identidad a su pueblo a los Israelitas y ellos sabían que todas las cosas les tendrían que salir bien, simplemente por quien eran y por quien Dios los hacía, nada tenía que ver con los resultados de sus vidas sus obras, ni las cosas que pensaran, todo estaba cautivo a la identidad de Dios.

Con el tiempo el pueblo se empezó a distraer y confundir y decidió amar más a la ley de Dios que a Dios mismo, de modo que Dios guardó silencio y lejos de notarlo, los israelitas siguieron amando a la ley quien les daba identidad ahora, quien les decía si eran buenos o malos o quien les daba un rango de acuerdo al entendimiento del hombre, pues la ley no hablaba, solo era.

Cuando Dios vio esto, envió a su Hijo, a salvar al mundo y a mostrarles el como vivir por encima de la ley, es decir a vivir en gracia, para que dependieran de Dios de nuevo, quien les daría identidad constantemente.

Hoy en día nos hemos vuelto a confundir, a pesar de que Dios no se ha ido, ni nos ha dejado de hablar, por el contrario, pero ahora hemos perdido el interés de saber quienes somos y hemos puesto nuestra vista en lo que tenemos y lo que podemos alcanzar a tener.

Pareciera que todo lo queremos hacer nuestro, incluso los problemas, las enfermedades, los males de este mundo y qué se yo que tantas cosas mas, de hecho apelamos a “nuestra naturaleza de pecado”, cuando nunca la tuvimos, pero es más fácil poseer una naturaleza mala que aspirar a la santidad que es algo que ganamos día con día, no lo cree?

Todo parte de nuestra identidad, pues cuando sepamos quienes somos, sabremos que es lo que podemos dar de nosotros y eso que podemos dar o más bien eso que queremos dar, será nuestra semilla, y será lo que dará el precedente a lo que habremos de cosechar en nuestro futuro, tanto cercano, como mediano y a lejano plazo.

Es interesante observar a aquellos que piensan que con “portarse bien” de acuerdo a sus propios parámetros piensan que son acreedores del favor de Dios, siendo primeramente que Dios no vende sus favores y lo que desata el favor de Dios es la condición de nuestro corazón, ya que si anhelamos o pedimos algo solo para nuestros deleites y sin la intención de sembrar aquello mismo que recibamos, difícilmente recibiremos aquello que esperamos y no por el hecho de que Dios no quiera dárnoslo, sino que no hay semilla.

Esto pareciera difícil de entender pero no lo es, Dios no espera que le demos ni a Él ni a nadie para darnos, ya que Él nunca hace trueques ni intercambios, pero si espera que le imitemos y entendamos nuestra naturaleza a su imagen y semejanza.

Piense en esto las aves de los cielos no dejan de alabar a Dios de acuerdo a su papel y Dios no deja de proveerles, de hecho Dios mismo lo menciona en la Biblia, las aves tienen su semilla en su alabanza, siembran en lo espiritual y en lo eterno y de lo mismo reciben.

Jesús vino a amar al mundo y a transformarlo por medio de ese amor, nosotros hemos sido llamados a imitarle, por tanto nuestra semilla mas poderosa es el amor, cuanto más amemos, más recibiremos de la mano de Dios por el hecho de parecernos más y más a Él.

Si usted está esperando algo que no recibe y se está cansando de tener charlas unilaterales con Dios, es tiempo que siembre amor, pero piense en esto, uno no ama a quien no conoce, por tanto no podemos decir que amamos a Dios y recibir de sus beneficios a menos que le invirtamos tiempo y le conozcamos como Él pretende que lo hagamos y con ello tengamos cosechas abundantes en el Reino de acuerdo a nuestra semilla.

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