Creo y es mi opinión que una de las cosas más incómodas qué hay es cuando una persona se “hace cristiana” y no hace otra cosa que decirle a las demás personas que están mal y se la pasa “dándole bibliazos” a los demás, no cree?
La Biblia nos dice que todos nacemos muertos en espíritu, es decir, no tenemos un espíritu (recuerde que Dios nos creó tripartitas a su imagen y semejanza, por tanto somos cuerpo, alma y espíritu) y la única manera de recuperarlo es naciendo de nuevo, es decir, confesando a Yeshúa (Jesús) como nuestro Señor y Salvador y entendemos de la Biblia misma que es el espíritu el que nos permite escuchar la voz de Dios, por tal, cuando una persona nace de nuevo (auténticamente) de pronto la Biblia entera le empieza a hacer sentido como no lo había hecho antes y siente una euforia por compartir con todos las nuevas verdades (que siempre han estado ahí, dicho sea de paso) que ahora entiende en su espíritu y tiene una necesidad de compartirlas sin entender que los otros no la ven a causa de esa falta de espíritu de la que le hablo.
Es por eso que el evangelio se describe a sí mismo como una espada, la cual debemos de portar, pero ojo, en ninguna parte de la Biblia dice que habremos de luchar batallas, de hecho es todo lo contrario, la Biblia dice que es Dios quien pelea nuestras batallas y que el Diablo fue vencido en la cruz, de modo que la intención de que portemos una espada, no es para andarla usando en contra de las personas y tampoco para andarla impartiendo por ahí con la intención de tener razón,
Lo que la Biblia si dice, es que nuestra lucha no es contra sangre ni carne, sino contra principados y potestades, es decir es una lucha interna, no tanto con nosotros, sino con nuestra manera de vivir, y se confiesa la palabra de Dios a sí misma como una espada de dos filos, pero eso tiene una connotación especial ya que la espada de dos filos es la que usaba el sumo sacerdote para hacer los sacrificios en el altar, de modo que entendemos que la palabra ahora revelada a nuestro espíritu por el Espíritu de Dios, está ahí para librar la batalla de nuestra mente y nos ayuda a cambiar nuestro antiguo estilo de vida por el estilo de vida del Reino de Dios.
Recuerde que las cosas que Dios nos revela, no son para que las digamos ó apliquemos a otros, sino que son para que nos den vida y transformen primero nuestro entendimiento y nuestra forma de pensar y luego que nuestra manera de vivir cambie por consecuencia (Efesios 4:23), y es por eso que cae tan gordo cuando un “cristiano” usa la palabra en contra de los demás y de su manera de vivir y anda dando de bibliazos, pues no ha entendido que todo ese nuevo entendimiento y ese conocimiento increíble se lo dio Dios para beneficiar su propia vida y ponerla como ejemplo y no para fastidiar la vida de los demás con ello.
En otras palabras, más simples, Dios nos mandó a ganar almas y no argumentos, así de sencillo, pero parte de nuestra naturaleza almática insiste en querer tener la razón todo el tiempo y competir con los demás, en vez de usar la palabra a favor de nosotros mismos y esperar a que esta misma palabra en forma de espada (del sacrificio) haga su efecto y provoque en los demás el que quieran vivir como nosotros lo hacemos con este nuevo entendimiento.
Me encanta que Dios se denomine a sí mismo como el Dios de los ejércitos y que nos llame a ser parte de ese ejército, pero piense que nos invita a la batalla contra lo invisible y no a la batalla contra lo visible, es por eso que debemos de ser muy cautelosos y pelear solo las batallas que Él nos indique y no andarnos metiendo en donde no fuimos llamados, es decir en la vida de los demás, si quiere un buen ejemplo de esto, la Biblia misma nos regala uno muy poderoso, David el Rey nunca perdió una batalla, nunca fue derrotado, pero sucedió de esa manera porque siempre fue guiado por el Espíritu de Dios y no salía a pelear, hasta que Dios no le dijera que había entregado a su enemigo en sus manos, siendo que nosotros nos atrevemos a perder en argumentos con otros por andar peleando discusiones para las que no estamos preparados y a las que no consultamos a Dios como para hacer su voluntad, por buena intención que tengamos.