Para muchos el asunto de casarse es todo un rollo, pues se dan cuenta que casarse es no solo entrar en la vida de una persona, sino en la vida de toda una familia, de una comunidad y de un entorno, es por eso que muchos han optado por un noviazgo con la intención de “probar” y saber si en realidad esa persona es la adecuada ó si su familia, su entorno y su comunidad es algo con lo que quieran convivir el resto de sus vidas, lo ha pensado?

De esa misma manera, muchas personas piensan acerca de su relación con Dios, pues tienen la errónea idea de que el entorno de Dios y su familia es la iglesia y que así como las novias y los novios tienen padres y hermanos e incluso tíos impertinentes, esa gente de la iglesia que los va a hacer sentir incómodos es parte de la familia incómoda de Dios.

Pero debemos de entender una cosa importante, Dios espera que seamos iglesia, no que vayamos a la iglesia, es decir, la iglesia no es una institución ni un grupo, la iglesia es un estilo de vida que tiene que ver con el imitar a Yeshúa (Jesús) y hacer cómo Él hizo y cómo Él nos indicó que hiciéramos.

Y esto no lo digo con la intención de que aquellos que tienen una renuencia a ir a la iglesia tengan el pretexto para no hacerlo, sino con la intención de aquellos que somos parte de la iglesia de Dios entendamos que no por ir los domingos a la iglesia somos parte de un grupo especial ó escogido, sino que tenemos una responsabilidad, la cual no es una carga que adquirimos por medio de cumplir una serie de requisitos, sino es parte de una forma de vida a la que se nos da acceso por medio de la salvación.

En otras palabras, la iglesia no es un club de santos y de gente que ya no peca, la iglesia según el diseño de Dios es un grupo de personas que han decidido dar acceso a Yeshúa (Jesús) a su corazón y le permitimos que haga una transformación desde nuestro interior sabiendo, que la meta es la perfección misma de Yeshúa (Jesús) y no menos que eso, no pretendemos ser personas “aceptables” ante los demás, ni personas que lo hayan logrado por mérito propio y ser “buenas”.

Creo que esta es la parte medular de la fe, el hecho de saber número uno que no es que nosotros podamos buscar a Dios sino que es Él quien nos busca a nosotros, segundo, que la salvación es un regalo que tiene la intención de acercarnos no a Dios, sino a un estilo de vida increíble de la mano de Dios, tercero que no hay nada que nosotros podamos hacer fuera de leer la palabra y perseverar en ella para merecer algo de parte de Dios y cuarto y creo que es lo que responde la introducción de esta reflexión, la familia de Dios, su parentela no son las personas de la iglesia y nada tiene que ver con  que observen nuestra manera de vivir y la puedan aprobar ó no, sino que la familia y la parentela de Dios son aquellos que viven de acuerdo a la palabra y que no se segregan en un club especial, sino buscan hacer dinámicamente la voluntad de Dios para que su justicia sea establecida en la tierra.

Por tanto, entonces a qué vamos a la iglesia?, la respuesta es sencilla y le voy a aclarar el concepto, muchos van a la iglesia para acercarse a Dios (creo que todos lo hemos hecho en algún momento), pero la Biblia nos enseña que vamos a la iglesia y somos parte de ella, a causa de nuestra cercanía con Dios, ya que nuestro verdadero encuentro con Él está en el conocer su palabra, en el ponerla en práctica, en el orar, pero no para pedir cosas sino para insistir que los secretos de lo alto nos sean revelados y podamos congregarnos con otros que viven igual y celebrar el corazón de Dios y hacer tal cómo nos indica.

Es por eso que la cita de hoy nos es tan importante, las cosas que son de Dios y que tienen que ver con Él son un regalo, y esto se traduce de 2 maneras, la primera es que no debemos de cumplir ningún requisito para ser aceptos delante de Dios, pues Él nos regala la salvación, solo debemos de abrazarla y segundo, siendo un regalo de Dios, debemos de tenerlo en alta estima y apreciación, debemos de valorar el precio de su sangre derramada a nuestro beneficio y debemos de buscar el mantener siempre viva la llama de nuestra fe, pues no la podremos volver a prender por nosotros mismos si dejamos que se apague.

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