En ocasiones tengo oportunidad de reflexionar largamente sobre algunos temas y esto de el efecto del Espíritu de Dios en nosotros me tiene muy ocupado y ha estado haciendo maravillosos estragos en mi persona y hasta donde alcanzo a ver en las personas a mi alrededor, y tiene que ver con un par de detalles que si me lo permite le iré revelando poco a poco a través del escrito del día de hoy.
En lo personal nunca he sido amante de usar malas palabras ó bien palabras altisonantes, pero me ha llamado mucho la atención el entender porqué las personas las usan y he descubierto en mi observación de las personas que me rodean que el uso del mal lenguaje tiene que ver con la necesidad de expresar emociones de una manera que las palabras comunes no las logran transmitir y por ello recurren a palabras que en un inicio tienen que ver más con la intensidad de la expresión que con el significado de la palabra, hasta que llegan al punto donde el uso de esta palabra se hace parte de su lenguaje y de su estilo de vida, es como si el uso de esas palabras le diera una cierta “intensidad” a su estilo de vida.
Lo más interesante es que con el constante contacto con personas que usan este tipo de lenguaje, nos vemos en la necesidad de expresar esas mismas emociones en esa misma intensas como ellas lo hacen, a veces por la necesidad de aceptación y en otras ocasiones por la adopción de una manera nueva y por así decirlo “jocosa” de ver las cosas.
Pero curiosamente, en el Reino de los Cielos, las emociones no son el centro de lo que Dios pretende para nosotros sino la consciencia, muchas veces solemos pensar que porque algo se siente “bien” en apariencia es bueno e incluso solemos llevarlo al siguiente nivel de categorizarlo como “agradable a Dios” por el hecho de que se siente bien.
Pero si lo pensamos detenidamente, las drogas también proporcionan una sensación de bienestar, y sin embargo no tienen nada que ver con algo bueno ó algo agradable a Dios, pero como las emociones son por así decirlo “parte nuestra” y nadie más las ve, también abrazamos la fantasía de que las podemos controlar.
Sin embargo Dios tiene un plan muy diferente y muy lejano a las emociones, y esto no quiere decir que a Dios no le gusten las emociones, todo lo contrario, pero si nos deja muy claro que somos nosotros quienes controlamos a nuestras emociones y no las emociones quienes nos controlan a nosotros, de modo que aún nuestro modo de hablar puede y en realidad debe de ser moderado de acuerdo a nuestra identidad.
Ahora bien, más interesante aún, la Biblia nos recuerda que de una misma fuente no pueden salir dos tipos de agua, es decir ó dulce ó salada y si esto lo aunamos a que la Biblia también nos recuerda que nuestra boca es una fuente de vida ó de muerte, solamente podemos hablar un tipo de lenguaje ó el de la bendición ó el de la maldición, pues aún cuando nuestra intención sea buena, la contaminación que deja el hablar inadecuadamente contamina todo lo demás que podamos decir, pues no es el instrumento (la boca) el dañado, sino la fuente (el corazón) lo que provoca esa contaminación.
Lo mejor encima de todo esto que le cuento es el hecho de que no hay manera de que nosotros por nuestra propia cuenta podamos cambiar ó controlar eso, sino que es el Espíritu de Dios que viene, se posiciona en nosotros, cambia nuestra manera de pensar y por consecuencia nuestra manera de hablar, lo único que nos toca a nosotros es tener esa consciencia de lo que es incorrecto en nosotros y tanto pedir como permitir al Espíritu de Dios que tenga ese efecto en nuestros pensamientos y nos dejemos sorprender por la manera radical pero a la vez beneficiosa que sucederá la transformación en nosotros.
Yo le quiero invitar a que reflexione en ello, piénselo, no necesita hablar con maldición ó malas palabras, son sus emociones las que están un poco mal ordenadas en su lista de prioridades a desarrollar, cuando le permita a Dios poner orden, no solo hablará mejor, sino lo hará con la autoridad del Reino de los Cielos que no solo agrada a Dios sino desata su favor.