Por alguna extraña razón (oculta en el carácter y el corazón de cada persona) vivimos en esa constante lucha entre lo que quisiéramos recibir de parte de Dios y la renuencia a terminar de entregarle nuestras vidas, aunque si somos realmente honestos, no tenemos idea en lo absoluto de cómo es eso de “entregarle” nuestras vidas, solo hay una parte de nuestro cerebro que erróneamente registra el dejar de hacer cosas “divertidas” que en realidad tampoco hacemos tanto, lo ha pensado?
Muchos de los asuntos de nuestra fe en lo cotidiano, no los atendemos y no los abordamos pues en realidad no tenemos ese entendimiento claro de qué es lo que implica y a veces nos da miedo y culpa a la vez pensar que Dios demanda algo de nosotros que en el fondo no estamos dispuestos a dar, pero que si entendiéramos aceptaríamos con gran ligereza y gusto, pues debemos de siempre tener claros los principios de Dios y uno de esos tiene que ver con el hecho de que a Dios no le agradan los sacrificios, de modo que una vida que nos sacrifique y una vida que nos haga sentir mal a causa de lo que dejamos, en realidad no es una vida que tenga que ver con el Dios de los cielos, Él nos dijo que vino a darnos vida y vida en abundancia, por lo que considero que deberíamos de empezar por meditar estas palabras y empezar por meditar en ellas y entender lo que Dios quiere decir con ellas, antes de ponernos a sufrir por el hecho de que tengamos que dejar algo que nos duele, no?
Ahora bien, también tenemos ese falso y erróneo entendido de que Dios quiere darnos cosas y que la bendición tiene que ver con el hecho de que Dios pudiera estar interesado en bendecirnos para que estemos contentos ó bien demostrarnos su agrado porque hemos sido “buenos”, y pasamos por alto que Dios no hace intercambios, Él no da nada a cambio de nada, pues Él ya dio a su Hijo y su vida por nosotros, no hay nada más precioso que pueda Él hacer por usted y por mi, ahora es nuestro turno el hacernos acreedores a este precioso regalo por medio del reconocimiento del pecado en nosotros, el arrepentimiento y la confesión de dichos pecados, para que seamos inmediatamente puestos en una situación de santidad, poder y autoridad, así de simple y así de increíble como suena.
Por ultimo cabe mencionar que Dios pretende hacernos partícipes de su Reino y nos limpia de todo pecado (constantemente) para que en verdad tengamos esa santidad (capacidad de apartar nuestra mente y nuestro corazón para Él), poder (capacidad de hacer cosas que corresponden a su Reino y no solo a la tierra) y autoridad (la identidad como hijos de Dios para hacer cosas en su nombre y para su gloria), de modo que no solo recibamos cosas (las cuales en realidad vienen como consecuencia de ejercer este papel que Él espera que ejerzamos), sino para que seamos los autores de las cosas que Él necesita y ha decidido que sucedan en esta tierra, la cual nos ha entregado, para que vivamos, trabajemos y multipliquemos.
Ese entendimiento había en Yeshúa (Jesús) desde su nacimiento, pero lo expresó por primera vez cuando fue presentado en el templo (en mi entendimiento a los 12 años de edad, aunque hay quienes afirman que fue a los 13), cuando entró al templo, se entendió en su ambiente, vio que el templo era una representación física de aquello que había en el lugar donde Él venía y era donde podía expresar esa santidad, ese poder y esa autoridad, los cuales vivía a diario, pero tenían un lugar y un orden.
Curiosamente con su muerte, el mismo Yeshúa (Jesús) fue quien quitó la limitación del ejercicio de estos 3 (santidad, poder y autoridad) al templo y nos envió al mundo entero a ponerlos en práctica (consulte Marcos 16:15-18), como un ejercicio inicial pero constante de la expresión de nuestra fe.
Es por eso que nos es tan pero tan necesario entender que así como lo confesó Yeshúa (Jesús) en el templo a su temprana edad, que nos es no opcional, no bueno, sino necesario ocuparnos de los asuntos de nuestro Padre Celestial, que todo lo que hagamos será engrandecido si es que nos tomamos en serio que independientemente de donde trabajemos, estudiemos ó la labor que desempeñemos, en todo ello hay un propósito divino ligado con el vivir una vida en Cristo, con el hacer discípulos (es decir enseñar a otros a vivir como nosotros vivimos) y a establecer el Reino de Dios en todo lugar a donde vayamos, si nos atrevemos a hacer una pausa y a escuchar atentamente, nos percataremos que para cada lugar, para cada situación y para cada persona, Dios tiene una palabra, una instrucción y un plan el cual es solamente nuestra responsabilidad ejecutar y llevar a cabo, Él pretende usarnos en todo tiempo y en todo lugar y no tiene requisitos para nosotros en ello, para eso está la sangre que Yeshúa (Jesús) que fue derramada para ponernos en la condición ideal para llevarlas a cabo.
Por tanto, nuestra oración lejos de ocuparse de pedir cosas que no sabemos si recibiremos y lejos de pedir cosas lindas y cómodas, se trata de entendernos en la presencia de Dios, de ser recordados constantemente de quienes somos y para qué fuimos llamados y enviados al lugar donde estamos y para no movernos sin haber atendido los asuntos del Padre Celestial quien tiene propósitos perfectos, simples de entender, pero tremendos en alcance si es que nos permitimos ser parte de algo más grande que solo nuestro entendimiento, comodidad y satisfacción, es cuestión de atrevernos, usted se atreve?
Si definitivamente Dios quiere siempre lo mejor para nuestras vidas. Y lo mejor lo tenemos en Jesús.