Existe una enorme brecha entre lo que nosotros consideramos como “ser buenos” y lo que Dios tiene planeado para nosotros, el detalle es que pocas veces nos detenemos a pensarlo y pocas veces consultamos a Dios acerca de su plan y propósito para nuestra vida, lo ha pensado?

Lamentablemente hemos reducido el “ser buenos” a no pecar y con no pecar en realidad nos referimos a los asuntos que tienen que ver con el no hacer las cosas que realmente queremos hacer, aunque por dentro nos estemos muriendo por hacerlas, es decir y si lo vemos muy radicalmente aguantarse las ganas sería sinónimo de no pecar.

De la misma manera y curiosamente, llamamos a Dios bueno porque hace cosas por nosotros, es decir, nosotros somos “buenos” por no hacer y el es bueno por si hacer y es curioso como en una sola fe, quepan dos conceptos tan radicalmente opuestos, no lo cree?

Lo interesante de éste asunto es que Dios nos creó a su imagen y a su semejanza (capacidad de expresar su naturaleza), de modo que nuestra bondad no radica en no pecar, sino en actuar como Dios actúa, no en vano Yeshúa (Jesús) nos dejó más que claro que las mismas cosas que Él hizo y aún mayores habremos de hacer nosotros (Juan 14:12), por tanto aquel que quiera entenderse como “bueno” tiene que empezar por imitar a Yeshúa (Jesús) antes de pretender medirse por la opinión que otros tienen acerca de él ó ella.

Ahora bien, muchas personas tienen la idea de que pueden “acercarse” a Dios, cómo si este fuese un acto de buena voluntad suya hacia Dios, de hecho existen muchas personas allá afuera que dicen que “no es tiempo”, pasando por alto un punto importantísimo que no podemos eludir, no es que nosotros podamos acercarnos a Dios, es que Dios nos llama y sólo su misericordia y su gracia pueden tener ese efecto en nosotros, pues cuando lo hace, lo hace con un plan y con un propósito, es decir, no nos llama en vano, sino porque nos va a poner a trabajar, porque nos va a poner a dar frutos y porque necesita que su gloria se manifieste de modo que el mundo le reconozca a Él en medio de quienes somos.

De modo que debemos de tener esa sensibilidad de escuchar y atender cuando Dios envía a alguien a buscarnos para ser parte de ese Reino que supera toda expectativa, pues imagínese qué terrible debe de ser el tener que rendir cuentas delante del Todopoderoso y que nos recuerde todas las ocasiones en las que pusimos oídos sordos a su llamado!

Pero no es para que se sienta mal, sino por el contrario, note como la cita de hoy es una solución integral a lo que normalmente llamamos el “problema” de nuestras vidas, Dios nos llamó a ser santos, pero no es que nos llamó para darnos una vida aburrida, sino que nos llamó a enseñarnos a ser santos, todo lo que tenemos que hacer es el permitir que su palabra nos vaya empapando, dejar que su entendimiento sea más fuerte que el propio y que nuestros hábitos mundanos sean remplazados por costumbres de Reino, de modo que dejemos de pedir en oración y vayamos a orar para recibir instrucción, a escuchar a ese Dios del que tanto hablamos y del que sabemos tan poco.

De modo que las cosas que Él nos promete empiecen a salir desde nuestro interior (nuestro corazón para ser más precisos) de manera automática y que lejos de esforzarnos por ser “buenos” eso que Él pone en nosotros salga como frutos agradables a los demás, tal como hacen los árboles quienes toman lo amargo de la tierra y lo transforman en dulces y atractivos frutos.

Cuando ha visto usted a un árbol retorcerse de esfuerzo para dar un fruto?, la verdad es que los frutos son algo implícito en la vida de un árbol y así lo son en la vida de cualquiera que se llame seguidor de Cristo, pues es Él quien nos esfuerza es Él quien por medio de su salvación pone en nosotros los medios para dar frutos y es Él quien nos hace buenos por medio de su sangre y no de nuestra resistencia ó nuestro esfuerzo, lo ha pensado?

Es por eso que la cita de hoy nos debe de servir como guía, para que sepamos hacia donde vamos y qué es lo que habremos de expresar cuando la llanura del Espíritu de Dios venga y nos llene, de modo que no nos asustemos, por el contrario, estemos preparados para expresar ese famoso Reino y las cosas que normalmente ocupan nuestra oración, nos sobrevengan como añadidura a la vida que Dios nos dio.

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