Muchas personas que suelen enojarse con facilidad suelen denominarse a sí mismas como personas de carácter fuerte, pero si lo pensamos detenidamente, cualquier persona que se deja dominar por su enojo, lejos de ser alguien con carácter y alguien fuerte, es alguien sumamente emocional y débil.

Debemos entender que nuestras emociones son parte de nuestra alma y el alma (la cual contiene nuestros pensamientos y nuestros sentimientos) es la que nos sujeta a la tierra, es decir es la parte que debemos aprender a sujetar a nuestro espíritu (que es el que nos permite escuchar a Dios y que obtenemos el día que nacemos de nuevo), por tanto aquel que se deja dominar por sus emociones es alguien que se aferra a ser humano más que a ser hijo de Dios, espero explicarme con esto.

Esto en ningún momento significa que esté mal el tener emociones ó el enojarse, todo lo contrario, las emociones son excelentes compañeras de vida, el problema es que son terribles líderes, pues no tienen propósito, rumbo ó beneficio alguno, todo lo que esperan es expresarse y salir a flote. Las emociones son parte de nuestra identidad, pero no la rigen, son aquellas que nos ayudan a disfrutar de la vida, pero no son la vida, por tanto no podemos bajo ninguna circunstancia dejar que dominen nuestro entendimiento en ningún momento.

El enojo es una emoción y aunque muchos la caracterizan como una emoción mala, el enojo es muy sano, pues es un representante de nuestros valores, de nuestras prioridades y de aquellas cosas que consideramos correctas, el enojarse nos hace recordar las cosas por las cuales nos esforzamos y las cosas que son inamovibles en nuestras vidas y demandan que se tengan en cuenta y bien claras.

Pero como todo en la vida de un hijo de Dios, requiere orden, Dios es un Dios de orden y el orden es la base y la plataforma para la bendición, un enojo descontrolado rompe con el orden e impide el favor de Dios, pues deja fuera al perdón, la compasión y la misericordia, que son características del carácter de Dios que pretende reflejar en nosotros y es más importante que reflejemos el carácter de Dios a que expresemos enojo.

Por tanto entendemos que nos es lícito enojarnos, pero nuestro enojo tiene un límite y tiene una caducidad, es decir, nos podemos enojar, pero no podemos desahogar ese enojo en acciones ó palabras que afecten a otros, ciertamente podemos ir delante de Dios y quejarnos y soltar ese enojo para que Él lo tome y lo limpie, pero no podemos afectar a otros con lo que sentimos, es una emoción que habita en nuestro interior y es mejor que se quede ahí.

Ahora bien, el enojo que no se atiende a tiempo, se convierte en rencor y ese puede corromper nuestra alma, por eso es que la Biblia nos recomienda que el sol no se debe de poner sobre nuestro enojo, es decir no importa lo fuerte de la causa de nuestro enojo, no podemos irnos a dormir estando enojados, pues eso significaría que nuestra opinión y nuestra manera de pensar son más fuertes que la prioridad de Dios y el expresar su naturaleza en nosotros, por más razón que tengamos para enojarnos.

Es aquí donde ponemos en práctica eso de sujetar nuestra alma a nuestro espíritu, de modo que siempre lo que viene de parte de Dios sea más fuerte y lejos de corromper nuestra alma, le dé vida y la aliente.

Qué emocionante el saber que no habrá emoción que nos domine y que podemos tomar lo mejor de ellas (de las emociones) para aderezar nuestra vida, que podemos escoger cual de ellas le va mejor a cada situación y cómo es que queremos disfrutarlas a cada una de ellas, aún el enojo es una de esas emociones que podemos disfrutar si entendemos su propósito y su papel como semáforo de nuestros principios y valores.

Lo más importante, es que tengamos la capacidad de ir delante de Dios a expresar nuestras emociones, a confesar lo que sentimos cuando estas se salen de control, para que Él de manera sobrenatural ponga un límite, pero también un alivio a aquello que pudiera sobrepasarnos y hacernos ver como sólo seres humanos y no como hijos de Dios, lo había pensado?

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