Para muchas personas el puro hecho de mencionar la palabra santidad les provoca casi que un malestar y algo de pánico, pues pareciera que les significa tener una vida aburrida y limitada en cuanto a los placeres cotidianos y comunes.

Pero la santidad poco tiene que ver con el hecho de no hacer cosas divertidas ó relacionadas con el alcohol, los amigos ó salir de noche, sino tiene que ver con el hecho de tener un corazón apartado para Dios y para ello solo debemos de empezar por cambiar el orden de pensamiento, es decir debemos de incluir a Dios primero en nuestros pensamientos y luego todo lo demás.

Lo interesante del asunto es que la mayoría de las personas coinciden en que no hay mejor cosa que acercarse a Dios y agradarle, pero pocas personas están dispuestas a conocer su palabra y obedecerle y esto debido a una errónea preconcepción acerca del concepto de la santidad, sin embargo, lejos de dejar de hacer, la santidad tiene que ver con el hacer cosas que imitan el corazón y las actitudes de Dios, las cuales nos enfocan en sus propósitos y nos dejan como añadidura y resultado una vida plena y llena de beneficios.

Los Judíos del Antiguo Testamento cayeron en ese mismo error, tenían sus mentes enfocadas en no hacer lo equivocado y todo el tiempo pensaban en aquello que era malo, pero les llamaba la atención, por ello Yeshúa (Jesús) vino a esta tierra a demostrarnos lo contrario, que no era el que no hicieran cosas por así decirlo “malas” y se enfocaran en actuar y hacer, el Reino de los Cielos tiene la actitud de conquistar y no una actitud pasiva, por lo que nos llama y nos exhorta todo el tiempo a crecer y hacer cosas nuevas.

Ahora bien, la palabra de Dios nos promete que Dios pone en nosotros el querer como el hacer (Filipenses 2:13), eso quiere decir que incluso va a poner en nosotros los recursos para que hagamos, solo tenemos que dejar de lado nuestra idea acerca de los asuntos de Dios y dejar que Él nos cambie nuestra manera de pensar, para que cambiemos de manera de actuar (Efesios 4:23).

Si lo nota, no es que tengamos que dejar de ser “malos” sino que iremos cambiando las cosas que pensamos y hacemos, de manera que seamos transformados, pero eso no nos quita de ser seres sociales y ser personas que buscan su comodidad y cierto bienestar, de hecho es algo que Dios nos promete, solo que lo cambia de orden para que no sea nuestro único ni nuestro enfoque principal.

Creo que todos hemos dicho y pensado en algún momento que debemos de anteponer las cosas de Dios a las nuestras, pero no tenemos mucha idea de cómo hacerlo ó simplemente por donde empezar, por lo general lo relacionamos con acciones relacionadas con asistir a la iglesia ó hacer ciertos sacrificios que en realidad no tienen que ver ni con nosotros, ni con Dios tampoco, y es por eso que debemos de simplemente empezar por pensar las cosas que Dios nos ha dejado para pensar y la cita de hoy es un excelente ejemplo.

Debemos de empezar por el hecho de tener siempre presente que no somos nosotros quienes le damos una oportunidad a Dios de acercarnos a Él, sino de que Él nos escogió para que seamos un pueblo, es decir, no podemos practicar una fe individual, no existe tal cosa, segundo, debemos de poner en práctica el amor fraternal y para ello nos dejó la instrucción acerca de la compasión, la bondad, la humildad, la gentileza y la paciencia.

El objetivo es que los pongamos en práctica con nuestros semejantes de manera consciente, es decir, más con intención que con ganas, de manera que aprendamos que es parte de nuestra manera de ser a la imagen y semejanza de Dios que algo espiritual que nos domine, si lo oramos y le pedimos a Dios que nos enseñe a poner estos principios en práctica, su voz estará en nuestro oído de manera constante de modo que siempre sepamos cómo actuar y podamos tomar la decisión a favor del Reino de Dios y podamos de la misma manera disfrutar de sus beneficios como verdaderos hijos y no como bastardos que entran y salen recurrentemente en su presencia y en su identidad.

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