Una de mis citas favoritas es Efesios 4:23 que reza “en cambio, dejen que el Espíritu Santo les renueve los pensamientos y las actitudes”, y lo es porque es la clave para que entendamos cómo es que Dios espera que vivamos, pero para ello debemos de cambiar primeramente nuestra manera de pensar, pero esto es de una manera muy específica y es sobre ese específico que le quiero hablar en esta mañana, en la última de las reflexiones acerca de cómo caminar sobre las aguas y en el entender porqué Pedro se hundió cuando lo intentó.
Desde que fuimos pequeños, fuimos enseñados de la misma manera, pensando en el pecado, cuidándonos del pecado y siempre toda nuestra enseñanza de fe tiene que ver más con el pecado que con Dios, ciertamente se nos dijo que Dios es bueno y que nos ama y que murió por nosotros en la cruz, pero todo esto a causa de nuestro pecado, de modo que crecimos y vivimos todo este tiempo pensando en el pecado y en como pecar cada vez menos.
El detalle es que cuando Yeshúa (Jesús) estuvo entre nosotros, nunca habló de pecado, el hablaba todo el tiempo acerca del Reino del cual venía y el cual estableció aquí en la tierra, para que vivamos de acuerdo a el y no de acuerdo al pensamiento de la tierra, que es el pecado.
Posteriormente, los Fariseos, se esmeraron en encontrar el pecado en Yeshúa (Jesús), y al no poder hacerlo, se pusieron a inventar cosas e incluso tacharon como obra del Diablo las sanidades y milagros que hacía, es ahí donde entendemos que aquello que abunda en nuestro corazón, es lo que habla nuestra boca, estos cuates estaban llenos de ganas de pecar todo el tiempo y no hablaban de otra cosa y se lo imponían a los demás.
Yeshúa (Jesús) nos enseñó a ver hacia adelante, nos habló acerca de las cosas que podemos hacer en el Espíritu, nos habló de las cosas de la identidad de Dios que hay en nosotros y no de las del Diablo, la intención de Yeshúa (Jesús) era y es que regresaremos a nuestro diseño original a la imagen y semejanza (capacidad de expresar la naturaleza de Dios), lejos de solo dejar de pecar para merecer algo de bendición.
De hecho, lo que Yeshúa (Jesús) nos enseñó es que no es Dios el que nos tiene que bendecir, sino somos nosotros quienes tenemos que propiciar el ambiente para que la bendición fluya, es por eso que cuando caminamos por encima de las aguas (la ley, la palabra de Dios), estamos en el ambiente donde las bendiciones y los milagros son algo cotidiano y no algo que se tenga que pedir en oración, sino algo que se tiene que entender como lógico y como parte de nuestra naturaleza, sin embargo insistimos en hacernos ajenos a Él y familiares con el Diablo.
Caminar sobre las aguas tiene que ver con el caminar en la dimensión de Yeshúa (Jesús), tal como Él lo dijo “las mismas cosas que yo hice, ustedes harán y aún mayores porque yo voy al Padre” (Juan 14:12), pero si pretendemos hacer y luego ver nuestra carnalidad, nos sucederá como le sucedió a Pedro, quien se hundió al ver el agua (la ley) y ver que no cumplía con los requisitos para caminar sobre ella, pero Yeshúa (Jesús) nunca habló de requisitos, el habló de Reino y luego nos llenó de gracia, Pablo el Apóstol por eso decía “puestos los ojos en la meta”, pues si los ponía en el camino, le pasaría como a Pedro.
Caminar sobre las aguas es dejar de observar cuantas veces infringimos la ley y empezar a actuar en amor, es decir, dejar de no hacer cosas “malas” y empezar a pensar y en hacer las cosas que tienen que ver con el Reino de Dios, es decir las cosas buenas que tienen trascendencia eterna, que generan valor de acuerdo a Dios y que son lejos de parecer, en ese momento dejaremos de ver los errores, las reglas y caminaremos en la dimensión donde estaremos dispuestos a dar y se nos será dado de acuerdo a la promesa, solo así y de esa manera lograremos caminar por encima de las aguas y caminaremos al paso de Yeshúa (Jesús), espero que me acompañe en esa dimensión y que hagamos más de las cosas del Reino que las que dejemos de hacer de la tierra (que ciertamente llegaremos al punto donde no tengamos tiempo ni de pensar en ellas).
Note como los frutos del Espíritu son cosas que solo benefician a los demás, cada uno de ellos es un regalo de Dios hacia los demás por medio de nosotros, piense de esta manera, los árboles frutales, toman lo amargo y lo insípido de la tierra y lo transforman en frutos dulces, vistosos, atractivos y agradables, por qué no habríamos nosotros de hacer exactamente lo mismo?, tomar de los sinsabores de la vida cotidiana y por medio del Espíritu de Dios transformarlos en frutos agradables y dulces para quienes nos rodean, dicho de paso, nuestros prójimos.