Cuantas veces no hemos dicho “Señor que se haga tu voluntad y no la mía”?, es algo que normalmente solemos decir cuando las cosas no salen como nosotros esperábamos y nos resignamos a que sean de otro modo, pero en realidad no tenemos idea de cual sea esa famosa “voluntad” de Dios pues todo lo que sabemos es que no será a nuestro modo.
El que las cosas no salgan a nuestra manera de ver las cosas no es la voluntad de Dios, la voluntad de Dios por lo general es algo específico, algo puntual y algo con un propósito eterno, por tal no podemos “conformarnos” con que las cosas no hayan salido según nuestro plan, sino buscar cual es ese propósito y buscar sumarnos a Él.
Piénselo de esta manera, Ana, la madre de Samuel pidió un hijo por años y hasta que fue delante de Dios y vació su corazón recibió la confirmación de que Dios le daría lo que pedía, pero no le dio solo el hijo, sino le dio un plan específico y perfecto de manera que Ana supo dedicar a su hijo para el propósito de Dios sin titubear y sabe, Dios después de eso le concedió varios hijos más, de modo que su voluntad era más allá de solo no darle lo que pedía en el momento, no cree?
En oración es donde nos encontramos con Dios y más que ir a decirle lo que queremos, pues la Biblia nos dice que Él ya lo sabe (Salmos 139:4), pero es el lugar y el momento donde Él nos revela aquellas cosas que no sabemos y que tratan de su Reino, que son eternas y nos son necesarias para cumplir con su propósito (Jeremías 33:3).
Por tanto debemos de entender por oración ese tiempo especial donde Dios nos habla, donde Dios nos revela su voluntad y pone en nosotros la capacidad sobrenatural de llevar a cabo aquellas cosas que escuchemos y que de pronto nos parecerán naturales y completamente alineadas a la naturaleza que Dios ha puesto en nosotros.
Samuel era un joven que amaba a Dios y su interés estaba en las cosas de Él, dormía todos los días a los pies del Arca del Pacto, es decir en la presencia de Dios, solo que hasta ese día no había mas que hablado y escuchado de Él, pero nunca lo había escuchado y nunca había estado en verdadero contacto con Él, pero Dios tenía planes más allá de lo que Samuel veía y planeaba, de modo que esperó a que su corazón estuviera dispuesto a dejar de orar y pedir cosas para poder compartirle sus planes y que los llevara a cabo y ese día decidió hablarle y la respuesta de Samuel fue exactamente la correcta, la precisa y la adecuada, solo dijo “habla que tu siervo escucha”.
No es mi intención el decirle que deje de pedir a la ora de orar, pero ciertamente el escuchar a Dios es parte fundamental de nuestra oración, el pedir es algo que Dios nos ha indicado que hagamos y en los próximos días hablaremos de ello, pero el orar sin escuchar es un atropello a la majestad de Dios, es el hacer ver que nuestros asuntos son más importantes que su voluntad de modo que nos interesa más nuestra necesidad que su instrucción.
Por tanto le invito a que el día de hoy comience a practicar una oración distinta, aprenda a encontrarse con Dios en el silencio de su intimidad y persevere hasta que su voz sea aquello que llena ese silencio y descubra lo que Dios tiene que decirle y que es más grande que lo que tiene usted que pedirle.