Alguna vez alguien le preguntó a un hombre de Dios que cuanto tiempo dedicaba a orar, a lo que el hombre con una sonrisa respondió “cómo?, se puede dejar de orar?
Para muchas personas esto puede parecer prácticamente imposible, pues no están acostumbradas a la presencia de Dios ni a la santidad (la cual no es sinónimo de no pecar ni el no hacer cosas malas) y han hecho de su tiempo de oración un acto tedioso y complejo, pero piénselo de esta manera:
En los tiempos de Moisés, la presencia de Dios iba delante de ellos, es decir, de día iba como una columna de humo y de noche como una columna de fuego, si la columna se detenía, el pueblo se detenía y si la columna avanzaba, el pueblo rápidamente levantaba su campamento y seguía a Dios a donde los guiara, de modo que su atención estaba constantemente enfocada en la presencia de Dios y en la columna que hacía notar su presencia.
Por tanto, imagine cómo verían los demás pueblos a los Israelitas, debían de temblar de asombro cada vez que veían la columna dirigiendo su caminar ó bien guardando su campamento, ciertamente eran intocables y aún así cuando algún pueblo se atrevía a enfrentarlos eran derrotados a causa de la presencia de Dios, increíble, no?
Lo mejor de todo esto es que Dios no ha cambiado, Él siempre fue, es y será el mismo y así como hizo con los Israelitas puede hacer con usted y conmigo, ciertamente no se manifestará en forma de una columna de humo y de fuego, ya que no caminamos como un solo pueblo, pero ciertamente su gloria será manifiesta a nuestro alrededor para que se deje ver su presencia a nuestro alrededor, esto está comprobado en pasajes como el Salmo 23 donde David confiesa que el bien y el favor de Dios lo persiguen, ó bien el libro de los Hechos nos relata como la sombra de Pedro sanaba a los enfermos, siendo que la presencia y la gloria de Dios iban con Él y la gran comisión (Marcos 16:15-18) nos promete que habrá señales que persiguen a quienes creen (en la palabra de Dios obviamente).
Como lo hemos visto en los pasados días, orar no tiene que ver con pedir, sino con estar conscientes de la presencia de Dios y atentos a su voz, de esa manera, no habrá sorpresas en nuestra vida y todas las cosas que Él tiene preparadas para nosotros nos serán reveladas y entregadas, pues esa es la manera en la que Dios obra y está ahí expuesta para que hagamos las cosas al modo de Dios y aseguremos que sea Él quien se manifiesta en nosotros y no nosotros quienes hagamos nuestra voluntad y la endosemos a Él cuando nos conviene.
Cuando los Israelitas decidieron no esperar a Dios e hicieron un becerro de oro para adorar, Dios se molestó con ellos y decidió quitar su presencia de con ellos y la reacción de Moisés fue de terror y de pánico, de modo que imploró y rogó a Dios no hacerlo pues sabía que si así sucediera, quedarían desamparados y sujetos a las circunstancias y a las consecuencias de sus propios actos, de modo que no descansó hasta que se aseguró de que Dios fuera con ellos.
El orar constantemente asegura precisamente eso, no que Dios vaya con nosotros, sino que nuestro corazón y nuestro espíritu estén siempre alertas a su voz y nunca vivamos de acuerdo a la naturaleza de nuestros actos sino siempre en santidad, apartados para Él desde nuestra mente, nuestro corazón y todo lo que hagamos y digamos.