Una de las cosas que nos deben de quedar muy claras es que el pedir y el orar no son la misma cosa y muchas personas han dejado de orar y se han dedicado a simplemente pedir y con ello deciden que tienen comunicación con Dios, otro grupo de personas han decidido creer que no hay que solamente pedir, sino que deben de ser agradecidas y deciden empezar su tiempo de lo que ellas llaman oración en un tiempo donde dan gracias por un montón de cosas que en realidad no saben de donde vienen y deciden adjudicarlas a Dios, siendo que nunca le dieron oportunidad a Dios de intervenir en ellas, pero como al parecer no las controlan, deben de tener una fuente divina.
Existe otro grupo de personas que han decidido creer que orar es platicar con Dios y deciden hacer un monólogo a lo largo de su día, en donde el único tema que tratan son ellas mismas pero nunca se han atrevido a escuchar lo que Dios pudiera querer decirles, sin embargo le llaman oración.
Obviamente no puedo asegurar que así es el caso suyo, pero estoy seguro que ha pasado por estas etapas en alguna ocasión y sin embargo el orar va mucho más allá, y ese es el objetivo de esta serie de reflexiones, para que podamos entrar en esa verdadera intimidad con Dios y podamos tener una oración que no solo sea escuchada por Él, sino que sea la que transforme lo que somos, lo que tenemos y lo que hacemos.
Pedir es algo que va implícito en la oración, pero no es el centro de la oración como lo hemos hecho, pedir es algo que Dios nos invita a hacer de manera concreta, detallada y con un fin, el detalle es que dejamos de entender quien es Dios y nos hemos dedicado a pedirle cosas que son ajenas a Él.
Piense esto, Dios es Espíritu y nosotros le pedimos cosas terrenales todo el tiempo, siendo que todos hemos escuchado la famosa frase contenida en Mateo 6:33 que nos invita a perseverar en el Reino de Dios y su justicia (cosas espirituales) y lo demás nos será dado como añadidura (cosas materiales y terrenales), sin embargo nuestra oración insiste en lo segundo e ignora lo primero.
Y no es que Dios no pueda ni quiera darnos lo que pedimos, el detalle es que si lo hiciera de la manera que lo pedimos, nos olvidaremos de Él, de su propósito y de nuestro objetivo en la tierra, de manera que nos quedaríamos estancados en ella, siendo que el plan de Dios es la eternidad.
De manera que nos es necesario el conocer la palabra de Dios, la cual siempre nos provocará fascinación, pero también dudas, las cuales habremos de expresar a Él en nuestro tiempo de intimidad de modo que Él nos revele su plan, su gloria, su propósito en cada palabra y nuestro papel en el cumplimiento de ella, para que al convertirnos en parte de lo que Él planeó, su gloria sea manifiesta en nosotros y las cosas que necesitamos para nuestra vida cotidiana nos sean obvias y lleguen de manera sobrenatural, y con esto me refiero a todo tipo de abundancia de la que Dios nos quiere llenar y que son esa famosa “añadidura” que es la que ocupa nuestra oración actualmente.
Habiendo entendido esto, podemos cambiar la manera en la que oramos, comenzando por dedicar un tiempo a Dios, en donde tengamos por objetivo el escucharle, el discutir con Él su palabra, en donde seamos transformados por lo que escuchamos de Él todos los días y donde desatemos su gloria y podamos palpar claramente que lo que Él tiene para darnos es mucho, pero mucho más basto que lo que nosotros le pedimos en el día a día, pues no es solo para darnos placer, sino tiene el objetivo de la eternidad y el manifestar su gloria.
Todas las personas dicen dejar en manos de Dios sus necesidades y todas las personas dicen que aman a Dios, pero pocas confían en Él porque no le conocen y porque no se han atrevido a separar un tiempo de intimidad y darle oportunidad a Él de que les habla de lo que Él quiera y no solo de las cosas que a ellas les interesa.
Por tanto piénselo, por qué no dar la oportunidad a Dios a que nos haga parte de su plan y comprobar que la “añadidura” famosa es mejor que lo que pedimos a diario, además del tremendo beneficio de escuchar a Dios y hacernos parte de su plan, aunque este pareciera en un principio no tener nada que ver con nosotros.