Todos vivimos esa constante batalla en contra de aquello que pretende dominarnos, es decir el pecado que nos acosa constantemente, desde las emociones que pretenden gobernarnos, como el hacer cosas que nos gustan pero en el fondo de nuestros corazones sabemos que no agradan a Dios, el problema no es la lucha y el problema no es que la perdamos constantemente, sino el problema es que todo el tiempo estamos enfrentándonos a algo que es más grande que nosotros y lo estamos haciendo desnudos y sin preparación y lo más triste, lo hacemos solos y no de la mano de Dios.
No sé exactamente quien, ni exactamente en qué momento, nos metió la idea de que para agradar a Dios tenemos que ser “buenos”, siendo que en realidad es Él quien nos hace limpios, dignos y de regreso a su imagen y semejanza cuando permitimos que nos haga objeto de su sangre, es decir, no hay buena actitud que pueda tanto como la sangre que Él derramó en la cruz por nosotros, y que no hay nada que tengamos que hacer más que reconocer nuestro pecado y nuestra necesidad de Él para poder ser objeto de ella.
Y es en ese momento, cuando estamos en completa dependencia de Él y en su presencia que debemos de equiparnos con la famosa Armadura de Dios para poder ir y enfrentar nuestros días y desde el flanco de Dios resistir a nuestro adversario y prevenirnos de pecar de nuevo y no al revés como hacemos comúnmente.
Me gusta la cita de hoy pues es el comienzo de un texto bíblico que estaremos desglosando en los próximos días donde veremos las herramientas que Dios nos ha dado y que no hay condición para que nos la de para que podamos vivir una vida menos estresada, y con menos preocupaciones acerca de caer ante el pecado y ser más fuertes ante la tentación.
El mantenernos firmes es una de las preocupaciones más constantes que tienen las personas ante buscar el favor de Dios y el buscar evitar la culpa en sus vidas, pero lejos de ser una batalla sencilla y buena, es una batalla sufrida y dolorosa ante la preocupación y la constante frustración por no poder evitar el caer ó sentir ese deseo ó necesidad de hacer ciertas cosas, pero esto sucede porque nos presentamos desnudos y solos al campo de batalla de la vida diaria.’
Primeramente nos es necesario entender 3 cosas importantísimas antes que querer “cambiar”, la primera es que no somos nosotros quienes peleamos las batallas, es Dios quien pelea nuestras batallas, pero nos lleva a su lado para que le reconozcamos como nuestro Dios, nuestra autoridad y nuestra fuerza, segundo, debemos de entender que nuestro adversario ya fue vencido en la cruz y tiene problemas con reconocerlo, por ello busca constantemente de engañarnos y hacernos creer que es más fuerte que nosotros y que le quedaremos constantemente mal a Dios y tercero, que necesitamos de la armadura de Dios, no para pelear, sino para resistir a quien nos acosa.
En el momento que esas 3 cosas nos quedan claras, todo nuestro enfoque acerca de las cosas cotidianas y de nuestra vida en general cambian, pues dejaremos de ser nosotros los protagonistas de la historia y dejaremos de exaltar el pecado en nosotros y daremos paso a Dios a que sea quien se lleve el crédito por el éxito en nuestras vidas y sea el éxito la constante en ellas y no el fracaso, el pecado y el constante caer de nuevo.
Ahora bien, esta armadura viene en juego, no podemos ponernos unas piezas si y otras no, debemos de concentrarnos en conocerlas, saberlas usar y hacerlas parte de nuestro diario vivir, a lo mejor en un principio pareciera que nos quitan un poco de movilidad, pero piense esto, los hombres de la antigüedad no hubieran podido pelear las grandes batallas y no hubieran podido siquiera sobrevivir si no fuera a causa de sus armaduras, sus nombres e incluso sus retratos describen sus armaduras como parte esencial de sus hazañas, por tanto, cómo es que usted y yo pretendemos salir a la vida sin nuestra armadura, siendo que Dios mismo nos ha dicho que la portemos, que clase de soberbios y orgullosos somos que no obedecemos por el hecho de decir que podemos tener una relación con Dios a nuestro modo?
Le invito a reflexionar hoy acerca de todas esas batallas que ha tenido, solo y desnudo y que ha tenido resultados efímeros y probablemente frustrantes, y reflexione acerca de que Dios tiene un modo más seguro, más efectivo y sin tener que batallar tanto para poder salir adelante, que es una garantía para usted y para los planes de Él, de modo que se prepara para cumplir con ese plan y se vista de esa armadura y sea su gloria (la de Dios) la que se manifieste en usted, cómo ve?