Obviamente no puedo generalizar, pero puedo hablar de la experiencia, tanto de la propia, como de las muchas personas que he tenido el privilegio y gusto de aconsejar y he observado que las personas hablan a Dios en su oración normalmente como a alguien que no se encuentra presente ó bien con alguien con quien no tienen contacto constante, a pesar de lo que saben y lo que enseña la Biblia acerca de la omnipresencia de Dios.
De la misma manera, las personas oran y en su oración piden a Dios cosas que esperan que sucedan de manera externa, como si fueran cosas que son ajenas a ellas y que probablemente tengan que ver con la naturaleza “buena” de Dios y es de esto que le quiero hablar un poco.
El problema con la fe de muchas personas es que oran como si su maldad y su lejanía de Dios las definiera, al orar “quisieran” acercarse y “quisieran” ser buenas para poder obtener el favor de Dios, sin recordar que no es que podamos ser buenos, sino que somos regresados a nuestra identidad original (a la imagen y a la semejanza de Dios) por medio de la sangre de Cristo, es decir en cada ocasión que reconocemos que no somos capaces de vivir adecuadamente y que estamos dispuestos a ser instruidos y disciplinados por Dios, Él nos lava con su sangre y nos pone en la condición adecuada para ser bendecidos, y es aquí donde haré un pequeño paréntesis…
La bendición no es una cosa, es lo que Dios dice acerca de nosotros, como les digo a muchas personas bendición viene de 2 palabras bien+decir, es decid cuando Dios habla las cosas que tiene planeadas para nosotros (Jeremías 29:11), pero no es que solo sucedan cosas porque Él las dijo, sino que sus palabras nos transforman, de modo que la bendición lejos de ser algo externo, algo ajeno y algo lejano, sea algo natural en nosotros y venga desde nuestro interior, donde se supone que habita Dios, que no?
Es por eso que me emociona leer al Salmista la cita de hoy, cuando se da cuenta que la bendición es algo tan agradable como el amor de Dios, tan claro y tan cierto como su Reino de modo que es algo que transforma nuestro hablar e incluso nuestro pensar.
No podemos esperar que Dios venga y sane nuestras finanzas y que arregle nuestros problemas familiares sin que cambie primeramente el recipiente (nosotros) en el que va a derramar su favor y su gloria, tenemos que ser transformados para que podamos adecuadamente ser quienes vivamos en constante bendición y no solo recurramos a ella en casos desesperados y lo mejor aún, debemos de ser capaces de hablar bendición, es decir, sabernos a la imagen de Dios y con la capacidad de expresar su naturaleza y bendecir a otros con lo que Dios haya puesto en nosotros.
Piense en esto, el Salmista lo único que está pidiendo en esta cita es hablar y pensar de la misma manera que habla y piensa Dios, qué le podría faltar en su vida si lo hace de esta manera?, estoy seguro que absolutamente nada.
Por tanto, le invito a reflexionar en lo siguiente, ha pensado en lo que pasa por su mente?, ha pensado en las cosas que dice el efecto que tienen en su entorno?, en las personas en su alrededor e incluso en los resultados de su vida cotidiana?
Hay personas que piensan mal todo el tiempo y sin embargo esperan cosas buenas de Dios, hay personas que hablan maldición día a día y sin embargo quieren que “diosito” les bendiga, siendo que no están en la calidad adecuada para que la bendición visite su vida.
Afortunadamente para eso tenemos la palabra de Dios, para que nos instruya y nos recuerde que solo tenemos que estar dispuestos y que será Dios quien nos transforme y haga que los dichos de nuestra boca y nuestros pensamientos sean agradables y dignos de bendición.