Una de las cosas más emocionantes de la fe es que a Dios no se le puede engañar, se puede engañar a los demás haciéndoles creer que somos muy devotos o conocedores de la palabra, y probablemente nos podamos engañar a nosotros mismos haciéndonos creer que nuestra tranquilidad es resultado de nuestra “buena” relación con Dios, pero a Dios no se le puede engañar y donde Él no es parte de algo, su efecto simplemente no se hace presente y las cosas suceden tal como en la tierra, pero nunca como en el Reino de los Cielos.
Lo he dicho una y mil veces y estoy convencido de ello, no se puede amar a quien no se conoce y no se obedece a quien no se ama, bien lo dijo Yeshúa (Jesús), quien me ama, me obedece (Juan 14:21), por tanto, nuestra obediencia viene del conocimiento y por consecuencia del amor que le tenemos a Dios, pero no funciona uno sin el otro, están directamente relacionados y son dependientes el uno del otro.
Y por favor no lo mal entienda y no se siente juzgado por mis palabras, pero el que no ha leído la Biblia es incapaz de amar a Dios pues no tiene idea de quien es Él, tal vez puede ser que esté enamorado ó enamorada de la idea que tiene de quien es Dios pero jamás del Dios de la Biblia y del Padre de Yeshúa (Jesús), y le reto, decida leer su Biblia y será usted el primero en darme la razón.
El problema no está tanto en no conocer a Dios, sino en constituirnos en mentirosos cuando decimos que amamos a Dios y no le obedecemos, eso nos pone en situación de pecado y no es tampoco el pecado lo importante, sino el no entender (por falta de conocimiento) el profundo significado del perdón absoluto que tenemos en Yeshúa (Jesús) y por eso llevar una vida disipada y ajena al Reino, donde sobrevivimos en vez de vivir gloriosamente y donde mendigamos en vez de ser capaces de dar y cumplir con la palabra como hombres y mujeres justos con oraciones poderosas como lo promete la Biblia.
Es por eso que pedimos en vez de orar, porque no conocemos a Dios, no sabemos quien es Él, y por tanto no sabemos quienes somos nosotros mismos y nuestros alcances de acuerdo a nuestra imagen y nuestra capacidad de expresar su naturaleza (semejanza), y ante el no poder expresar nuestra naturaleza nos la pasamos pidiendo cosas que no sabremos si recibiremos pues no actuamos como hijos pues no nos entendemos como tales al no experimentar la paternidad de ese Dios ajeno con esa voluntad mística que hemos aprendido de otros.
Bien lo decía el profeta Oseas, el pueblo perece a causa de su ignorancia acerca de quien es Dios (Oseas 4:6), así vivimos día a día, víctimas de nuestras emociones y no poseedores de nuestra identidad y naturaleza a semejanza de Dios, cada día más la sociedad es arrastrada a la ignorancia de sus emociones y cada día más las personas se vuelven más ignorantes a pesar de que vivimos en la época en la que más acceso a la información tenemos que nunca en toda la historia de la humanidad, ya no pensamos, solo sentimos, lo ha notado?
Tenemos acceso a tanta información que cada vez somos menos profundos, solo somos reiterativos, ni siquiera profundos en aquello que exalta nuestras emociones y lejos de ser cosas alegres, cada vez optamos más y más por “indignarnos” por aquellas cosas que nos hacen enojar y que consideramos como injustas, de hecho nos la pasamos peleando por “derechos” que no disfrutamos, porque pasamos tanto tiempo peleando por ellos que el día que los obtenemos no sabemos que hacer con ellos, pues no estamos acostumbrados a lograr cosas, sino que las cosas se nos den.
La Biblia nos habla de victorias constantes, nosotros vivimos en las luchas que no tienen fin, no importa qué es lo que sea, siempre encontraremos la manera de verle el lado injusto y cómo hacernos víctimas de ellas, solo así obtendremos la atención de los demás y su aprobación , para justificar la manera en la que vivimos, pero pocas veces o más bien casi nunca buscamos el oído y la aprobación de Dios, ya que nuestra consciencia y nuestro desconocimiento de quien es Él y lo que dirá acerca de lo que hacemos nos lo impiden.
La cita de hoy es una terrible advertencia, pues pone al desnudo nuestra consciencia, nos recuerda que no podemos engañar a Dios y que una y otra vez estaremos frente a nosotros mismos, sujetos a nuestra realidad (la cual provocamos nosotros mismos) y lejos de Dios, a quien no vemos aunque esté frente a nosotros mismos, y ajenos a su verdad quien es la que tiene la posibilidad de hacernos libres.
La clave es el conocimiento de Dios y su palabra, la obediencia a esta segunda y la libertad del estilo de vida que nos promete, de acuerdo a nuestra identidad a imagen y semejanza del Dios al que tanto decimos amar, como ve?