Una de las peores cosas que podemos hacer cuando estamos hablando de los asuntos de Dios es tener culpa por cualquier cosa, es decir, tanto por no ser tan “buenos” cristianos como deberíamos de ser como por el hecho de que luego recibimos cosas que no merecemos.
De hecho, muchas veces cuando pedimos nos invade la culpa e incluso usamos el resultado de este sentimiento para prometer a Dios el compartir con otros lo que hemos de recibir con tal de lograr que Dios nos conceda eso que pedimos, como si fuera un intercambio, siendo que Dios en realidad no necesita que le compartamos a nadie de lo que nos da, pues Él es tan vasto que no necesita ayuda.
El problema es que desconocemos los alcances de Dios y a veces pareciera que podríamos ayudarle, pero no, Dios no necesita ayudantes, Dios nos dio un papel y capacidades muy específicas con las que tendremos todas las que podremos llevar a cabo ese papel y hacer su voluntad, el detalle es que no tenemos idea de qué, ni de como hacer.
Esto es como si hubiera una manera en la que quisiéramos ayudarle a la lavadora de nuestra casa a hacer mejor su “chaca chaca” y con ello lavara mejor, siendo que lo que tenemos que hacer es leer el instructivo, separar adecuadamente la ropa, usar los productos óptimos de acuerdo a cada tipo de tela y seleccionar el programa adecuado, tiene que ver más con el conocimiento que con una capacidad, lo ve?
Así mismo es con la bendición, pues aunque Dios es un Dios sencillo, no es un Dios simple, nos deja ver muy claramente como son las cosas para que simplemente las llevemos a cabo y no nos perdamos mucho en pensar alternativas y opciones que solo nos harán perder el tiempo y para ello hay que observar un par de principios que se repiten a lo largo y ancho de la Biblia.
1.- Dios nos hizo a su imagen y con la capacidad de expresar su naturaleza (semejanza) Gen 1:28
2.- Yeshúa (Jesús) nos dijo que habríamos de hacer las mismas obras que Él y aún mayores, Juan 14:12
3.- Pablo nos llamó a ser imitadores de él como él lo fue de Yeshúa (Jesús) 1 Cor 1:11
Si lo nota, Dios no quiere vernos ni pequeños ni hacia abajo, desde el principio Dios nos ha visto a la par y con la intención de que seamos nosotros los que gobernemos la tierra y no que la tierra ni las circunstancias nos gobiernen a nosotros, y que seamos víctimas suyas.
Por tanto Dios dejó muy claro a Abraham cuando lo bendijo acerca de aquello que pedía (un hijo), que no solo le daría un hijo, sino que haría una nación de él (le daría influencia sobre otros), le bendeciría (hablaría sobre él y pondría poder en él por medio de su palabra y su Espíritu), le haría famoso (para que todos pudieran ver la obra sobrenatural hecha en él) y por último le dijo que sería de bendición para otros, pero no como un intercambio por lo bueno que le había dado, ni porque ahora tendría que ser agradecido por haber recibido al hijo, sino porque ahora le había transformado, le había regresado al estado natural a su imagen y semejanza, por tanto el ser bendición para otros, es decir el saber mejor que otros lo que necesitan y tener la capacidad de desatarlo en sus vidas era algo natural, como parte de su vida y como función a la semejanza de Dios.
Es justo ahí, cuando tenemos esa capacidad de ser bendición para otros, que dejamos de pedir y empezamos a interceder, y cuando hablo de interceder no hablo de pedir a Dios a nombre de otros, sino de entender las cosas que son necesarias para que la bendición fluya en la vida de otros y puedan recibirla, es decir interceder significa entender el proceso de la bendición para cada persona y ser capaz de declararlo y desatarlo en la vida de alguien, no con la esperanza de que pase, sino con la certeza de que está sucediendo en ese preciso momento, no en el kronos de los hombres, sino en el kairos (tiempo) de Dios.
Ser bendición a otros es un verdadero acto de amor, Dios nos da la capacidad de amar como Él ama (ágape) para que el mundo sepa que el sacrificio de la cruz es real y que fue planeado antes de que el hombre pisara la tierra y tiene un propósito en ella.
Ser de bendición a otros es la capacidad sobrenatural de poder atender a todas las personas una a una y sin embargo alcanzar al mundo entero con detalles mínimos y perfectos, no es dar de lo que nos sobra, sino la capacidad de diseñar algo único y especial para cada persona, para cada situación y para cada momento, así como cada producto y cada programa de lavado de ese monstruo que habita en su lavandería que no sabe usar.
Por tanto, si está usted anhelando el que Dios le bendiga, debe de prepararse, pues Él depositará no solo aquello que usted anhela, sino una capacidad de ver y hacer cosas que pensaríamos que solo Él puede.