Una de las cosas más naturales en nosotros como seres humanos y como seres sociales es la necesidad constante de aprobación, es por eso que hacemos todas las cosas que hacemos, desde vestirnos de una manera, comprar cierta marca de productos, el hablar de cierta manera y qué se yo que tantas otras cosas, y esto nos ayuda a pertenecer a ciertos grupos, a ser aceptados y posteriormente incluso influir en otros para aplicar el mismo proceso por el cual nosotros pasamos.
De hecho esto es algo que lamentablemente también nos pasa cuando decidimos seguir a Yeshúa (Jesús), ya que el nacer de nuevo nos abre los ojos a la necesidad de ser renovados en muchas de las áreas de nuestra vida de modo que de acuerdo a nuestro hábito social empezamos a hacer las cosas que hacen las otras personas en la iglesia y empezamos a imitar lo que vemos.
Pero el imitar lo que vemos en las iglesias y el renovar nuestro entendimiento son cosas completamente distintas, ya que muchas de las personas en las iglesias imitan muchos de los hábitos que ahí se practican sin el entendimiento de porqué se practican y más importante aún sin involucrar a Dios en ello, por último lo terminan haciendo por dar gusto a las personas y puedan ser categorizados como “santos” y ser parte de este nuevo club llamado iglesia.
Y por favor no se confunda, no estoy hablando acerca de lo mal que está la iglesia y este tema no es limitativo a los asuntos de Dios, estoy aprovechando esta plataforma para ejemplificarlo de una manera muy tangible, pero de lo que hoy hablamos es acerca de la porción de la cita de hoy que hace referencia acerca de no sentarse en silla de escarnecedores y si me lo permite, le voy a aclarar cómo es que todo esto se relaciona.
El punto es que cuando una persona que se ha acercado a un grupo de cierta índole, en este caso la iglesia por poner un ejemplo, y deja de comportarse a los hábitos rutinarios a su alrededor (por favor note el uso incisivo de la palabra hábito haciendo referencia a un acto no razonado, solo hecho por instinto, imitación o rutina), empieza a ser criticada, rechazada e incluso puede llegar a ser agredida, física, emocional o verbalmente, no porque haga bien, no por que haga mal, sino simplemente porque no se comporta de acuerdo a los parámetros habituales del grupo.
Le ha sucedido?, para que lo identifique mejor, es cuando muchas personas empiezan a decirle a otra “cómo has cambiado” y hacen referencia de manera nostálgica al tiempo en el que había intereses comunes que han dejado de estar ahí.
A Dios le interesa que tengamos una relación personal e íntima con Él, y que sea Él quien guíe nuestros pasos y que luego siendo afirmados en identidad por Él, podamos pertenecer a una iglesia, a una sociedad y a cualquier tipo de grupo, pero esto sin que el grupo, la sociedad o la iglesia afecte nuestra identidad, y no al revés como sucede hoy en día, piense por favor que la iglesia no está ahí para acercar a las personas a Dios, sino para que las personas cercanas a Dios se reúnan con el mismo propósito de acuerdo al cual fueron convocadas, ese es el propósito de la ekklessia (que significa convocados con un mismos fin) de la que hablaba Yeshúa (Jesús) y de la cual debemos de ser parte, esa es la iglesia universal a la cual debemos de pertenecer.
Por tanto el no sentarse en silla de escarnecedores hace referencia a tener nuestra identidad y nuestras costumbres (que son las que le dan identidad a un pueblo, son razonadas y son contrarias a los hábitos) basadas en lo que sabemos de Dios que a si vez nos da identidad y a lo que recibimos de Él en intimidad.
En otras palabras, sentarse en silla de escarnecedores significa cuando dejamos que otros cuestionen nuestros actos, influyan en quienes somos y nos requisitos ciertos hábitos con el fin de pertenecer a cierta grupo sin tener un fundamento, sino más bien el justificar su propia manera de vivir, la costumbre cristiana, es decir en Cristo nos obliga a exhortar y a animar a la iglesia a perseverar en la santidad (apartamiento), pero nunca a cuestionar, y a discriminar a alguien a causa de sus actos, hábitos ó costumbres.
Es por eso la importancia de nuestra intimidad con Dios, pues ahí nos será revelada a todos la misma verdad y es donde adquiriremos costumbres y una identidad santos que nos harán a todos semejantes (capaces de expresar la misma naturaleza) sin que tengamos que ser las niñeras espirituales de nadie y sin que nadie nos tenga que decir qué hacer, sino convivamos en armonía como la palabra nos enseña, siendo dependientes del Dios vivo que si habla y que nos usa para un mismo fin eterno.
Por tanto, si usted tiene esa constante necesidad de ser evaluado y aceptado por las personas de sus círculos y luego pareciera que hay momentos en los que quiere huir de ellos porque le cuarta la vida y no le dan libertad, está usted sentado en constante silla de escarnecedores y esto no le permite ser feliz, lo único que necesita es apartar tiempo para estar con Dios para que éste de manera inmediata le transforme, le de identidad y le inserte en diferentes círculos para ser influencia a causa de sus costumbres santas.