Se ha puesto a pensar qué es lo que sucede cuando llegamos a una sala de espera de un consultorio médico (tan solo por poner un ejemplo) y nos encontramos esperando a lado de alguien que no conocemos?, de qué es de lo que generalmente hablamos con un desconocido?, lo ha pensado?

Cuando nos encontramos entre desconocidos, la plática puede comenzar en cualquier sentido, pero inevitablemente en pocos minutos se torna en hablar acerca de nosotros, ya que como no sabemos nada de la otra persona, lo único que podemos hacer es hablar de nosotros, de nosotros y nada más que nosotros, y puede incluso a llegar a suceder que empezamos a competir acerca de que tan experimentados somos en x ó y cosa ó bien a quien nos han sucedido más cosas ó qué se yo, el caso es que lo más normal y lo más común es que hablemos solo de nosotros ante encontrarnos entre gente que no conocemos.

Curiosamente, lo mismo nos sucede cuando vamos a la presencia de Dios, el único tema que tenemos en común con Él, somos nosotros, porque por lo general no sabemos mucho o prácticamente nada de Él, o bien no nos interesa.

Y esto que le cuento no es algo malo, ni nadie se irá irremediablemente al infierno por ello, solo es una triste realidad, ya que solemos tener una relación unilateral con Dios en la cual solo importa lo que nosotros tengamos que decir y es nuestro deseo y voluntad lo que importan, aun cuando Dios nos ha dicho de miles de formas que es al revés y que nos conviene pues al cumplirse su voluntad, nos hacemos cooparticipes de su Reino en el cual gobernaremos.

De tal modo que Dios, al contrario de lo que nosotros hacemos, nos conoce perfectamente, tanto que ha sido Él quien nos ha puesto nuestro nombre  en el cual está contenido el significado y propósito de nuestra vida, de modo que cada vez que Dios lo pronuncia nos habla de quienes somos y lo que habremos de hacer, interesante, no?

Por tal sería primordial saber que es lo que significa nuestro nombre antes de que abramos la boca y empecemos a hablar quienes somos enfrente de desconocidos, no lo cree?

Jacob fue un hombre que desde el vientre de su madre anhelaba bendición (bien-decir, que Dios se expresara favorablemente acerca de él), de modo que al nacer, tomó el tobillo de su hermano Esau quien nació primero con la intención de arrebatarle la bendición, lo cual le ocasionó que la partera le pusiera por nombre Jacob (el engañador ó usurpador), y como usted se imaginará, su vida se rigió de esa manera, fue un tramposo toda su vida y sus actos por más que quiso, siempre fueron turbios y deshonestos, a pesar de que su corazón anhelaba ser recto.

No importó cuanto se esforzara Jacob, su naturaleza lo traicionó una y otra vez hasta un momento crucial en que se encontró cara a cara con Dios y se tomó de Él y le dijo “no te soltaré hasta que me bendigas”, a lo que el Ángel de Dios (Espíritu Santo) le contesta “cual es tu nombre” a lo que éste responder “el engañador” y cuando Dios se da cuenta que su nombre no corresponde al corazón de Jacob, lo primero que hace es le cambia el nombre de acuerdo a lo que Dios conoce de él y toda su manera de vivir cambia y su entorno, también, de manera que hasta el día de hoy su nombre permanece sobre la nación que gobernó, Israel.

Hay veces que todo lo que necesitamos es encontrarnos cara a cara con Dios, para que nos diga nuestro verdadero nombre de acuerdo al corazón que nos dio y el propósito que ha tenido para nosotros desde el principio de los tiempos, para que dejemos de lado todo eso que decimos saber acerca de nosotros y hablemos más acerca de ese Dios al cual somos hechos a su imagen y semejanza, para poder expresar su naturaleza.

Hay personas que declaran ser de acuerdo al ánimo o carácter de su familia y viven inevitablemente imitando sus errores y malas mañas (por así decirlo), pues piensan que en lo que conocen y saben de sí mismos está la excusa para ser de x ó y manera, pero solo basta una visita a la intimidad y presencia de Dios, para que su verdadero nombre con su verdadera intención les sean revelados para que gobiernen en justicia por la eternidad como lo hizo el previo Jacob y eterno Israel.

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