Existen personas que se complican la existencia pensando que tenemos que ser “buenos” para poder agradar a Dios y con ello desatar su favor para nuestras vidas, de una manera muy sutil y sin darnos cuenta, nos prostituimos todo el tiempo como si en verdad pudiéramos hacer algún intercambio con Dios y recibir cosas por medio de las cosas que hacemos.
La verdad es que nuestro objetivo en ésta vida no es ser buenos, ya que la bondad y la benignidad son frutos del Espíritu, es decir son una consecuencia natural e inevitable de nuestra comunión con el Dios de la Biblia y con su Espíritu que mora entre nosotros, sino mas bien nuestro objetivo es ser justos, ya que la justicia desata el poder de Dios por medio de todas las promesas condicionadas de la Biblia.
Creo que todos hemos escuchado aquella frase del Apóstol Santiago “la oración del justo puede mucho”, es decir cuando somos justos, nuestra oración cobra poder, por tanto eso es todo lo que necesitamos.
Cuando entendemos justicia desde el punto de vista de Dios, nos daremos cuenta que la justicia no tiene que ver con culpables que reciban su merecido, ni con hombres y mujeres “buenos» que reciban premios a causa de sus obras o su manera de vivir, la justicia en la palabra de Dios se define como aquel que conoce y cumple la palabra de Dios, es decir la justicia es la obediencia y el cumplimiento de la palabra de Dios.
Ahora bien el conocimiento y obediencia a la palabra de Dios (justicia) hará que vivamos vidas plenas, pero no por hacer lo correcto, recuerde, Dios no hace trueques ni intercambios, sino que debemos de recordar que la palabra de Dios, viene de Él, es SU voluntad manifestada a nosotros y por escrito, por tanto cuando observamos cuidadosamente la palabra y la obedecemos, anteponemos los deseos de Dios a los nuestros y empezamos a vivir en función del Reino al que pertenecemos y no a nuestras necesidades y a nuestros propios deseos, nos convertimos en personas justas que tienen la llave para abrir las puertas de lo sobrenatural, lo abundante y lo asombroso.
Pero piense esto, no es solo obedecer por obedecer, porque entonces viviríamos frustrados por obedecer a un Dios al que no entendemos, pero tampoco es que Dios nos tenga que convencer para que le obedezcamos, sino que es precisamente para eso que está el Espíritu Santo, Él nos revela no solo el propósito de las cosas, sino el impacto en el Reino de lo que habremos de hacer y la trascendencia eterna de todo aquello que esperamos y haremos.
De modo que la obediencia por medio del Espíritu nos purifica, pues dejamos afuera nuestros sentimientos, nuestras opiniones, nuestra manera confundida de hacer las cosas y nos alinea al Reino de Dios, de modo que haremos cosas de corazón y honestas todo el tiempo y dejaremos de vivir fingida y deshonestamente, dejaremos de hacer cosas pasajeras y efímeras, sino haremos cosas trascendentes que no solo sean recordadas en esta tierra y en este tiempo sino en el Reino de los Cielos y por la eternidad.
Por tanto, usted tiene la opción de seguir haciendo como hacía hasta hoy, de vivir bajo su propia opinión y buscando el agradar a los demás y vendiendo su imagen, y sobre todo viviendo a expensas de un Dios que “por algo” hace las cosas, o bien puede vivir en la certidumbre constante, donde la justicia por medio de la obediencia a Dios sean su parámetro que le permita no solo pedir y recibir todo el tiempo, sino le permitan planear el tener una gran vida que beneficie a quienes le rodean y tenga el sello del Espíritu Santo de constante en ella.