En muchas ocasiones nos preguntamos “qué parte le toca hacer a Dios y qué parte me toca hacer a mi?”, y sabe, es una de las preguntas más importantes que nos haremos en toda nuestra vida, ya que de ello dependerá la manera en la que entremos a la siguiente.

La tradición y lo que nos enseñaron a la mayoría es que Dios es todopoderoso, lo cual nuestra generación mal entendió como que es Él quien tiene que hacerlo todo por nosotros y para nosotros, sin ver ni entender que Él ya lo hizo todo al dar su vida y dejarnos al Espíritu Santo para que llene nuestra vida de poder, es decir y en otras palabras, nos cedió la estafeta y nos dio la enmienda de establecer su Reino en esta tierra, para prepararlo todo para cuando Él venga de nuevo.

Es por eso que nos es tan importante el nacer de nuevo, pues con ello recuperaremos nuestro espíritu, aquel que nos permite escuchar la voz de Dios y entender cuales son sus propósitos, el cual nos permite ver lo invisible e interpretar sus planes, es el espíritu el que nos regresa a nuestro diseño original a su imagen y semejanza y sobre todo, nos regresa nuestro papel funcional en Él, donde dejamos de ser niños mimados que todo piden y poco reciben y nos convertimos en coherederos responsables de extender nuestra heredad.

Como siempre, la decisión está en nosotros, debemos de decidir si queremos ser parte activa de su Reino con todas las garantías de lo escrito o si queremos ser la parte pasiva que se pierde de lo bueno y pasa su tiempo esperando a que algo bueno le suceda “si Dios quiere”.

Al entender esto, nos percatamos que la parte mas importante de nuestra fe, es el oír, es el escuchar la voz de Dios, el cual, aunque a muchos les cuesta trabajo creerlo, nos habla todo el tiempo y aunque no nos habla de nosotros ni de nuestros asuntos, ya que eso no nos da identidad, nos habla de su Reino y de como formamos parte de Él y de como extenderlo, de manera que se cumpla la palabra que dice “buscar primero el Reino de Dios y su justicia y lo demás les será añadido” (Mateo 6:33), pero para ello necesitamos un espíritu, el cual solo obtenemos al nacer de nuevo y confesar a Jesús como nuestro Señor y Salvador, es decir debemos de pasar de nuestra relación inconsciente y emocional con Dios a una relación consciente y racional, en donde haya diálogos y no monólogos, en donde cada palabra que sale de la boca de Dios nos da vida y nos hace generar vida y no solo esperanza como sucede cuando tenemos una fe pasiva.

Es por eso que la cita de hoy nos previene de no apagar nuestro espíritu, es decir, nos previene a no vivir por lo que vemos y no vivir por lo que sentimos, sino a vivir por lo que escuchamos directamente de Dios para que vivamos una vida a prueba de errores y con victorias constantes, donde los retos sean mas grandes en todas las ocasiones, pero nuestra capacidad para enfrentarlos por medio del Espíritu de Dios también lo sea.

Por tanto, es nuestra responsabilidad regresar a nuestra identidad a imagen y semejanza de Dios, es decir a ser 3 en 1 como Dios lo es, en donde nuestro cuerpo esté sano, las emociones y pensamientos en nuestra alma estén alineados y sea nuestro espíritu que escucha a Dios quien rija a los 2 anteriores.

Por tanto debemos de aprender a serenar nuestra alma, es decir a callar nuestros pensamientos y sentimientos y aprender a escuchar a Dios, lo cual parece muy difícil en la teoría pero es sumamente fácil y fascinante una vez que se pone en práctica, y si no lo ha hecho, considere los consejos que nos da el mismo Yeshúa (Jesús) en Mateo 6.

Es espíritu se aviva con la palabra de Dios, tanto la que está escrita, como la que escuchamos a diario, si no lo escuchamos y no lo buscamos en la intimidad, nuestro espíritu se apagará, así como estuvo apagado antes de que hubiéremos nacido de nuevo, por tanto nos es necesario mantenernos activos y como parte del Reino de nuestro Padre constantemente, para poder crecer espiritualmente y vivir una vida como Dios la planeó y no como nuestras circunstancias lo permiten.

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