En ocasiones no me deja de maravillar, como a pesar de que sabemos que tenemos que hacer las cosas al modo de Dios, insistimos en hacerlas a nuestra manera, porque tenemos ese “sentimiento” de que nos dará identidad y de que tenemos que expresarnos a nosotros mismos.
En muchas ocasiones sentimos que debemos de ir a perseguir nuestro sueño, y olvidamos que quien inspira nuestros sueños es Dios y los inspira de modo que sean imposibles, para que le hagamos parte de ellos y recurramos a Él para realizarlos, pero tenemos ese tipo de soberbia que nos dice que lo tenemos que poder hacer por nuestra propia cuenta.
Pablo les enseñaba a las personas de Corinto (1Cor.12:9) que todo lo que necesitábamos era reconocernos débiles e incapaces para poder ser llenos de la gracia de Dios y que Él nos complementara, bueno, lo voy a replantear, que Él nos regresara nuestra identidad a su imagen y semejanza, para poder hacer cosas más allá de nuestras capacidades, pero justo de acuerdo a la visión que Él nos da.
Esto que le cuento, no es nuevo, de hecho Dios habiéndonos creado y conociéndonos mejor que nosotros mismos, dejó una parábola describiendo aquello que nos sucedería tarde que temprano, la famosa parábola del Hijo Pródigo, todos la hemos escuchado y espero que usted la haya leído en alguna ocasión, ya que no solo es importante solo el conocer la historia, sino el lenguaje mismo en que esta escrita, los detalles son los que hacen la diferencia.
Al igual que usted y yo, el hijo pródigo, tuvo un sueño, el cual decidió que iba a ir a alcanzar y a pesar de no tener los medio suficientes para hacerlo, sabía que había en él una identidad de heredero y decidió tomar esa parte de su personalidad y exigió a su Padre le heredara para poder alcanzar y vivir su sueño.
Cuando le digo que el ser heredero era solo una parte de su identidad, lo digo porque el propósito es otra parte de esa identidad y ese viene al igual que la herencia del Padre, aquel que pide herencia pero no pide propósito, está destinado a fracasar, la Biblia nos enseña en Proverbios 29:18, que quien no tiene visión (sinónimo de propósito), vive una vida desenfrenada, tal cual le sucedió al hijo prodigo, cuando partió y se alejó de su Padre, no solo se desenfrenó, sino que se olvidó de su propósito y lejos de vivir con una dirección, empezó a vivir al día, sin rumbo, sin sueño ni motivación.
Cuando hacemos de esa manera, todo reflejo del Reino de Dios es ausente, ya que la luz no convive con las tinieblas, por tanto, no importaba cuanto le hubiera heredado su Padre, no habrían recursos que alcanzaran para una vida desenfrenada.
El resto lo conocemos, el hijo de ser heredero, paso a ser rico en sus propios ojos y de ahí pasó a ser pordiosero y a comer entre los abrojos de los puercos, mas bajo no se podía caer, y tuvo que tragarse su orgullo y regresar a casa.
Pero cual fue su sorpresa!, su Padre lejos de recibirle con un “te dije”, le recibió con brazos abiertos y feliz porque había vuelto, y no porque le amara y porque le extrañara y mucho menos por sentir lástima, sino porque por fin podría darle lo único que no le pidió y lo mas importante de su herencia, la identidad.
Es justo por eso que les ordenó a sus siervos que le vistieran, para que nadie viera su desnudez y pudieran burlarse de él, calzado para que tuviera un propósito y un rumbo a donde ir y un anillo de autoridad, con el cual podría no solo administrar sabiamente los recursos del Padre, sino multiplicarlos para extender el Reino.
El hijo pródigo solo pensó en sus deleites, pero su Padre tenía un plan desde el principio, el cual la necedad e inmadurez del hijo no podrían interrumpir, todo era cuestión de tiempo.
Así hace Dios con nosotros, lo único que tenemos que hacer, es estar dispuestos a permitirnos encontrar nuestra identidad en Dios y dejar de hacerle nuestro toma pedidos y saca de apuros, para poder empezar a vivir como el hijo que heredó para multiplicar el Reino de su Padre.