Por alguna extraña razón, las personas tenemos la necesidad de ser reconocidos constantemente para poder ser validados y sabernos “buenos”, cada cosa que hacemos debe de tener un impacto en los demás y proclamar su autoría en nosotros.

Si lo piensa detenidamente, aún los tímidos pretenden atraer la atención a sí mismos todo el tiempo por medio del silencio y sus caras de susto o de miedo, cuando en sí su corazón demanda el reconocimiento constante, la atención de quienes les rodean, acompañados de sus respectivas atenciones, de hecho cuando no lo logran, hablan de sí mismos diciendo “soy muy tímido”, para poder captar la dotación necesaria de atención que demanda.

Así nos sucede en la fe, hay quienes se acercan a Dios y demandan la atención constante de Dios que debiera manifestarse por medio de su poder y su favor hacia aquellos que acaban de acercarse o pretenden hacerlo.

Al pensar en esto, no puedo evitar pensar en aquellas personas que demandan a Dios una “señal» de que existe, como si Dios tuviera la necesidad de hacerlo y no podemos dudar que lo haga, al fin y al cabo es Dios y si es que decide hacerlo, lo hará con la total consciencia que a partir de ese momento el corazón de esa persona será transformado para vivir por fe y no por señales.

La Biblia nos enseña que la fe es el creer en la palabra, pero para tener una fe adecuada, no hay solo que creer en la palabra sino también amarla, pues cuando amamos algo haremos lo que sea para poder cumplir aquello que amamos.

Al observarlo a detalle, podemos ver a una persona que ama a otra, pero si no ve una respuesta potencial afirmativa a su amor, nunca hará nada para expresarlo y amará siempre en silencio, pero aquel que ve que será correspondido (ya que tiene la certeza de que será correspondido como lo dice la definición de la fe), hará aun lo imposible para agradar a la persona objeto de su amor y para mantener su atención enfocada.

Por tanto, entendemos que debemos no solo de conocer y creer en la palabra, sino amarla, para que podamos perseverar en ello.

Esto se lo digo, porque hay muchas personas que más allá de tener fe, hacen obras buenas para expresar su fe y ser reconocidos por otros y señalados como personas de fe y pretenden ser dévotas y piadosas.

En su afán de ver reconocida su fe y su piedad, empiezan a ayudar a otros, a servir en las iglesias y en diferentes lugares y hacen constante referencia a sus obras para que otros las reconozcan y de ser posible las alaben por ello, pero es en realidad esto agradable a Dios?, Dios toma en cuenta estas obras?

Al nacer de nuevo, lo primero que recuperamos es nuestra identidad como hijos de Dios y junto con ello recuperamos nuestro espíritu, que nos permite escuchar la voz de Dios y recordarnos quienes somos y es precisamente ese espíritu quien nos permite entender la palabra como parte de nuestra naturaleza, para que deje de ser algo ajeno y sea algo natural en nosotros.

De esa manera seremos impregnados de la naturaleza de Dios, la piedad será algo no natural, sino algo necesario en nosotros, tendremos una necesidad de hacer y expresar el bien a otros, pero no tiene que ver con el hecho de expresar nuestra fe, ni el ser reconocidos, sino será la consecuencia de lo que creemos y de lo que amamos creer, de modo que nos será natural y no habrá motivación en el reconocimiento, sino en el funcionar como parte de algo más grande, del cuerpo de la iglesia que es mas que una institución y que ama al Dios que le dio su palabra para que la amásemos y le llevásemos a cabo.

Por tanto el hacer lo bueno es una consecuencia de la gracia de Dios en nosotros, y viene como consecuencia de conocer y amar a Dios por medio de su palabra, y no al revés, así como Dios no intercambia sus beneficios por obras nuestras, nosotros tampoco podemos pretender el ser reconocidos ni recibir nada a cambio de creer y amar la palabra, pero podemos constatar que lo hacemos cuando el hacer el bien, nos es tan necesario como comer y respirar.

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