Es interesante observar como las personas solemos identificar el pecado perfectamente cuando sucede en la vida de otras personas, pero suelen justificarlo cuando sucede en la propia.
Por alguna extraña razón siempre quien comete alguna falta o peca, tiene siempre una justificación, una excusa o una salida de porqué hace lo que hace y trata de justificar su inocencia al respecto, sin tomar en cuenta que Dios desde un principio y aún más e nuestra época post-Cristo nos dio no solamente el perdón para cada uno de nuestros pecados, además de la herramienta del dominio propio para que podamos crecer constantemente y aspirar a la medida del varón perfecto es decir Yeshúa (Jesús).
La falta de humildad y reconocer que somos irremediablemente pecadores, nos hace llenarnos de orgullo y pensar que podemos remediar las cosas por nosotros mismos, por tanto, lejos de confesar nuestro pecado como Dios nos sugiere en su palabra, ocultamos nuestro pecado, lo callamos, pretendemos que nada pasa y dejamos que la culpa empiece a hacer su efecto en nosotros y nos carcoma todo el tiempo.
Y aun sabiendo y entendiendo esto, pretendemos que el fruto que damos sea bueno, agradable y nutritivo para los que nos rodean ya que en teoría somos «buenos», ya que sabemos (más bien tenemos la esperanza) que Dios no nos va a delatar, y como no lo hace, insistimos en vivir de la misma manera.
En ocasiones pretendemos que nuestras buenas acciones visibles compensen nuestro pecado y pareciera que internamente hiciéramos un constante intercambio entre lo que hacemos bien y el pecado, pero si lo pensamos bien, podríamos tener un garrafón de 20 litros de agua pura y nadie se atrevería a darle un trago si le agregáramos tan solo una gota de agua de cloaca, no lo cree?
El Apóstol Pablo entendía esto perfectamente, y fue precisamente por eso que lo dejó muy claro en la cita del día de hoy, tan solo un poco de pecado es suficiente para contaminar todo lo que hacemos y por pequeño e inocente que parezca e incluso si nadie sabe nada acerca de lo que hicimos o lo que pensamos siquiera.
La verdad es que no importa que tan grande o que tan terrible sea nuestro pecado, como tampoco que tan pequeño o que tan inocente sea, la sangre de Yeshúa (Jesús) fue derramada por todos y cada uno de nuestros pecados, sin importar su dimensión sino poniendo enfoque en nuestra santidad, la cual no tiene que ver con la ausencia de pecado, sino con el enfoque absoluto que pongamos en Dios (que obvio, si hay pecado en nosotros no podemos tener), pero eso es lo asombroso del asunto!, así como la más mínima señal de pecado contamina todo lo que hacemos y nuestro entorno, la sangre de Yeshúa (Jesús) tiene el efecto de no solo perdonarnos y reconciliarnos con Dios, sino de activar su poder en nosotros para que hagamos grandes obras, prodigios y señales en su nombre para engrandecer su Reino y ser parte activa de lo que planeó para nosotros desde y para la eternidad.
Por tanto tiene usted la alternativa de vivir bajo el engaño constante de que un poco de pecado no le afectará y poner en riesgo el fruto que dé, o bien puede asegurar el éxito constante en todo lo que haga y tener la garantía del sello de excelencia de Dios en todo lo que emprenda, para que pueda ser un digno representante del Reino de los cielos y un inmejorable Hijo y heredero del Reino eterno de Dios, que prefiere?