Uno de los mas grandes impedimentos para tener una adecuada relación con Dios es la culpa, la famosa y bendita culpa, aquella que nos recuerda constantemente nuestro pecado, lo infieles que hemos sido y todas aquellas promesas de intercambio por bendiciones que hicimos a Dios que no hemos cumplido.
La culpa nos hace sentirnos no merecedores de la presencia de Dios, de su favor, o simplemente de ir a la iglesia, haciéndonos olvidar que Dios no es un Dios de lugares, sino la iglesia es una funcionalidad del hombre en la que refleja a Dios sobre la tierra.
En realidad no es tan difícil de entender, solo es cuestión de recordarlo constantemente, no hay obras en nosotros que nos hagan “buenos» y no son nuestras obras las que agradan a Dios, es decir, por muy “buenos» que querramos aparentar ser, no lo lograremos y aun si lo lográsemos, Dios no toma en cuenta las obras, ya que las obras son frutos y no semillas.
Que quiere decir esto?, normalmente las obras es el resultado de aquella intención que nació en el corazón, cada semilla o intención fue regada y alimentada por nuestra disposición, por la intención adecuada e incluso por nuestras palabras, y como consecuencia habrá una acción que refleje lo que hay en nuestro corazón.
De la misma manera pasa con el pecado, hay quienes creen que el tener malas acciones como el robar, el fornicar o el asesinar a alguien es pecado, pero en realidad no lo es, el pecado sucedió en la mente, en el corazón, el pecado corrompió al alma mucho antes de efectuar el acto del pecado, en decir el acto es el fruto que se cosecha de lo que permitimos fuera sembrado en nuestro corazón.
Por tanto si tratásemos de sembrar buenas obras para agradar a Dios, es como si estuviésemos entregando frutos que no vienen de una semilla que murió y creció, son frutos estériles que nunca se multiplicarán, por tanto no son agradables a Dios.
Ahora bien, habiendo entendido esto, nos damos cuenta que la culpa no puede interponerse entre nosotros y Dios, ya que normalmente la culpa esta relacionada con nuestros actos y no con nuestros pensamientos.
Es por eso que Yeshúa (Jesús ) nunca nos habló de nuestros actos, sino siempre habló y lo hizo en parábolas de nuestros pensamientos y nuestros sentimientos, pues es ahí (en el corazón) donde Él pretende habitar y donde suceden a su vez los verdaderos pecados de los cuales debemos pedir perdón y arrepentirnos.
Ahora bien, es por eso que Dios nos dejó su palabra, para que no tuviésemos que hacer sacrificios ni mandas para perdón de nuestros pecados, sino nos dejó su palabra en la que nos enseña lo correcto para sustituir cada pensamiento y cada sentimiento equivocados y acabar con el pecado desde la raíz.
Lo más interesante del asunto es que cada vez que nos encontramos en situación de pecado, alguien viene a buscarnos para llevarnos a Dios y nos escudamos en que no somos dignos y que tenemos que arreglar nuestra vida primero para poder ir de nuevo a la presencia de Dios.
Pero ha pensado en esto?, cuando Adán y Eva pecaron, se escondieron y fue Dios quien los buscó y no estaba Abraham sentado a la puerta de su casa cuando vino Dios a buscarle y darle la buena nueva de que tendría un hijo?, de la misma manera fue Yeshúa (Jesús) quien buscó a cada uno de sus discípulos y no ellos a Él, de la misma manera sigue haciendo Dios con nosotros hoy en día, ya que a Él no el importa la condición de nuestro corazón para eso es Él nuestro Tsidkenu (el que nos santifica) y para eso derramó su sangre, para que pudiésemos cumplir con aquel papel que nos designó desde antes de la fundación del mundo para el cual Él nos escogió previamente y no fue porque lo mereciéramos.
Es por eso que me maravilla la cita de hoy, que nos invita a despojarnos de esas ropas de culpa y de falsa piedad y arrepentimiento, para que nos vistamos de escogidos sabiendo que no hemos hecho ni podremos hacer nada para merecer su amor, su favor y menos ser parte de su plan, todo está dicho por Él y debemos de gozarnos y alegrarnos por ello.
Dejémonos de tonterías y regresemos a la iglesia, a formar parte de ese cuerpo que Él nos mando a ser parte de y dejemos nuestro pasado atrás, ya que Yeshúa (Jesús) lo perdonó y lo olvidó, porque interferían con el plan previo de Dios.