Lo he comentado en varias ocasiones en este espacio, existe una gran diferencia entre el miedo y el temor, aunque parecen términos similares, realmente no lo son, son completamente opuestos, ya que el miedo hace referencia a lo desconocido (la oscuridad por ejemplo) y el temor a lo conocido (a la mordida de un perro por ejemplo), ambos tienen que ver con cosas que nos asustan, pero se diferencian en el conocimiento de sus resultados.
La Biblia nos enseña de manera constante que el temor es uno de los peores enemigos de la fe, ya que la fe pretende hacernos confiar en las cosas que no vemos pero que sabemos de Dios, mientras el temor pretende que veamos en nuestra mente y en nuestro corazón las cosas que no sabemos pero que imaginamos que pudieran suceder.
Si nos fuéramos a lo literal y a lo extremo, podríamos incluso decir que temer es pecado, ya que se opone a las cosas que Dios hace y a como Dios las hace, y lamentablemente pasamos demasiado tiempo temiendo cosas que no tiene sentido que lo hagamos.
El temor es esa idea que nos asusta, en la que todo el tiempo estamos pensando en un “que pasaría si…” y estamos calculando consecuencias todo el tiempo, estamos planificando escenarios, tal pareciera que nos encontramos prediciendo el futuro, lejos de confiar en Dios y aferrarnos a lo que sabemos de Él y no a lo que pensamos.
La cita de hoy nos habla de eso, nos enseña que quien teme, no ha sido perfeccionado por el amor, y se preguntará usted “que tiene que ver el amor con el temor?, pues en realidad todo, ya que el amor de Dios echó fuera todo temor, es decir, dejó fuera toda posibilidad alterna que pudiéramos imaginar y nos garantizó una vida llena de éxitos y todo lo que Dios promete expresado en nosotros todo el tiempo.
Cuando somos objeto del amor de Dios, dejamos de intentar y nos preparamos para triunfar de inmediato, dejamos de probar y perfeccionamos todo lo que hacemos, dejamos de investigar y empezamos a establecer aquello que planeamos, en otras palabras el amor es el antídoto perfecto para el temor.
Amar es una decisión constante, todos los días, todo el tiempo tenemos que decidir amar de nuevo, porque probablemente las cosas o las personas no sean como nosotros las pensamos o las imaginamos, pero es un millón de veces mejor el decidir de nuevo a favor de quien amamos, que pasar nuestro tiempo temiendo que las cosas no sean como las planeamos en un principio.
He visto a cientos de personas decir, estamos saliendo (teniendo una relación) para ver si las cosas funcionan, y esto lo hacen con la intención de que el tiempo y el contacto provoquen un enamoramiento, pero que no es creado, que no es racional, sino meramente emocional, sin darse cuenta que ese enamoramiento también dejará de ser, ya que no se tiene control sobre el, y por lo general las expectativas de ambos no son expresadas previamente, el amor por lo contrario, nos habla de la comunicación, del establecimiento de reglar, de la declaración de expectativas y del objetivo de salir a delante y no solo intentar algo, esto hecho a base de decisiones diarias y a la información que se tiene, no sobre el futuro, sino sobre la naturaleza de Dios puesta en nosotros que nos permite ser fieles a lo que sale de nuestra boca.
Por tanto esta en sus manos el decidir que es lo que depara su futuro, si el temer e imaginar escenarios alternos y dramáticos, o bien amar y dejarse amar por un Dios fiel a sus promesas y a su palabra que no deja de expresarse cuando nos mantenemos pegados a Él y abiertos a recibir de su amor.