A veces nos olvidamos del carácter de Dios, nos olvidamos de los dos mandamientos más importantes que nos dejo y que nos reitero a través de Jesucristo, el amar a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra mente y con todas nuestras fuerzas y después el amar a prójimos como a nosotros mismos, Jesús lo hizo así cuando vino a esta tierra, nos amo al grado de dar su vida por nosotros.

En ocasiones olvidamos esto y pensamos que el orar de manera constante por nosotros mismos y el estar clamando por nuestras vidas es el tener una relación con Dios, de manera diaria repetimos una y otra vez la misma plegaria y buscamos esa bendición económica, esa bendición sentimental o que se yo, pero pocas veces nos acordamos de verdaderamente orar por las pequeñas o grandes cosas que les suceden a los demás a nuestro alrededor, o si lo hacemos, lo hacemos «de pasada» pero no nos atrevemos a orar demasiado por ellos porque se nos podría olvidar orar por aquello que necesitamos nosotros.

El orar por los demás no es solo el cumplir con el mandamiento de Dios, ya que si llegamos a orar de la misma manera por la necesidad ajena que por la propia habremos llegado al siguiente nivel, ¿nivel de qué? Simple, al siguiente nivel de fe,  seremos capaces de creer en Dios no solo por nosotros sino por otros y veremos de manera multiplicada la bendición y pasaremos de ser objeto de la bendición de Dios a ser un medio de bendición, ¿no le parece mejor el que la bendición propia y ajena pase a través suyo a que solo la propia llegue y se detenga?

El orar por otros es la mejor expresión de amor, ya que si logramos ponernos en un mismo canal con los demás y sentimos su alegría y su dolor, podremos orar adecuadamente y conmover el corazón del Padre y asegurar su favor y bendición.

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