Existe una marcada diferencia entre las cosas que son efímeras ó pasajeras y las cosas que son permanentes, sin embargo solemos poner más nuestra vista en las cosas que son inmediatas y fáciles que en su duración y permanencia, pues el mundo nos ha enseñado que la abundancia es una señal de éxito y hemos aprendido a admirar a quienes acumulan bienes y fama en corto tiempo, pero pocas veces observamos lo que realmente pasa con esas personas a quienes les va bien de pronto y prácticamente de la nada.
En realidad nos sería muy útil el aprender a hacer las cosas como Dios las hace y a entender las cosas que Dios entiende, pues a lo mejor su efecto no siempre será tan rápido como esperamos, pero ciertamente será permanente y duradero y es ahí donde debemos de poner nuestra vista y en lo que debemos de perseverar.
Como nos lo dice el Apóstol Santiago, pedimos y no recibimos, pues pedimos mal y solo pedimos para gastar, no para tener y no para permanecer ni trascender y mucho menos para dar gloria a Dios con lo que nos de y lo que ponga en nuestras manos y es justamente ahí donde radica la diferencia.
Todos damos frutos de acuerdo a nuestra propia naturaleza, es decir, no saldrá de nosotros nada que sea diferente a nuestro corazón, de hecho si lo nota, al principio de la Biblia, es descrito de esa manera, habla de que cada criatura dará frutos según su género y no de otra manera y aunque algunos darán frutos vistosos y atractivos su permanencia está en riesgo de acuerdo a su corazón.
Es por eso que nos es necesario el permitirle a Dios que transforme nuestros corazones primero, pues es esa la base y el fundamento para que demos mejores frutos y que sean permanentes, es necesario que retomemos nuestra identidad a su imagen y semejanza, para que demos frutos como los que él da y que podamos reflejarle en todo lo que hagamos, además de que una vez que hayamos sido transformados en nuestro corazón, las cosas serán más sencillas, pues las cosas simplemente serán y no tendremos que esforzarnos tanto por ellas.
Adicional a eso, es importante que dejemos de compararnos con otros, es importante que dejemos de ver lo que los demás tienen y hacen, pues eso solo contamina nuestro corazón, entorpece nuestro crecimiento e inhibe nuestros frutos, ya que dejamos de creer en Dios y por tanto nos detenemos en nuestra labor.
Si nota lo que nos confiesa la cita de hoy, tenemos la opción de hacer todo por nuestra cuenta y correr el riesgo de que incluso sea Dios mismo quien desarraigue nuestras obras ó bien que le permitamos ejercer su plan por medio de nosotros y que su fruto y su resultado permanezca, es tan sencillo como trabajar solos y con recursos limitados ó bien trabajar de la mano con un socio poderoso y con recursos ilimitados, la desición está en nosotros.
Si lo traducimos a palabras más simples, es nuestro papel el saber qué es lo que Dios quiere hacer por medio de nosotros, para nosotros y por nosotros, que enfocarnos en el cómo hacer cosas que queremos, el cómo solo nos va a frustrar ante no ver claro y nos va a poner en una condición de competencia con Dios, siendo que el qué nos tendrá en una constante expectativa y aumentará nuestra capacidad de asombro, nos enseñará a tener confianza en Dios por medio de aferrarnos a las promesas y nos pondrá en un papel de constante adoración, pues la llave de todo lo que hagamos será la intimidad que tengamos con él.
De modo que es una sola decisión la que debemos de tomar, y esa decisión tiene que ver con la calidad de nuestros frutos, con la permanencia de los mismos y el tipo de efecto que pretendemos tener en nuestro paso por esta tierra y de ahí será el saber si lo haremos por nuestra cuenta y bajo el riesgo de que fracasemos ó bien que lo hagamos de la mano de Dios y con el éxito asegurado en todas las ocasiones.