Entre más lo medito, más me doy cuenta que el orgullo es uno de los peores enemigos de nuestra fe, pues el orgullo lucha constantemente con aquello que Dios ya hizo por nosotros y sin embrago insistimos en demostrar que nosotros podemos hacer constantemente.
Piénselo de esta manera, todo el tiempo quisiéramos aparentar ser buenos, todo el tiempo buscamos la aprobación, tanto de las personas como Dios, como si eso nos pusiera en un lugar especial ó bien en una condición de recibir ó peor aún de merecer algo bueno ó favores de parte de Dios ó bien de las personas, sin embargo, luchamos a la vez todo el tiempo con nuestra propia consciencia, la cual nos acusa en nuestro interior, pues sabemos que no es completamente cierto lo que pretendemos reflejar hacia afuera y no es del todo honesto lo que pretendemos en nuestro corazón que Dios vea.
Aunque a primera vista se ve feo, no lo es tanto, es parte de la promesa que Dios nos hizo, es decir, Dios sabía que usted y yo pasaríamos por esto y Dios sabía que tarde que temprano le tendríamos que reconocer no solo como el Dios que nos resuelve la vida, sino como el Dios que nos gobierna, pero no lo hará desde afuera, sino desde adentro y si me lo permite, se lo explicaré…
La Biblia declara que existe una copia de toda la palabra de Dios en nuestros corazones, esa está ahí desde antes que naciéremos y fue Dios quien la puso ahí, con la intención de que nuestra vida tendiera a la justicia y que aún nuestros pensamientos fueran alineados con los de Dios, esto, nos permite que desde temprana edad, conforme vamos cobrando consciencia, podamos distinguir entre lo que es bueno y no y podamos empezar a perseverar en la justicia, la cual no es otra cosa que el cumplimiento de la palabra de Dios.
En otras palabras, el conocer la palabra y el hacer el bien nos es natural, por el puro hecho de entender que han estado en nuestro interior desde un principio, sin embargo los hemos dejado de lado.
Esto es tan natural como el ejercicio, nuestros cuerpos nacieron sanos y propensos al ejercicio, a pesar de que nos puede dar flojera hacerlo, la sensación de bienestar regresa a nosotros en cuanto hacemos un poco de ejercicio y nos alimentamos adecuadamente, así sucede con la palabra, solo que a veces dejamos que la voz acusadora de nuestro adversario el Diablo sea más fuerte dentro de nosotros que la voz de la palabra que habita en nuestro corazón, recuerde que es el Diablo el que usa la palabra de Dios en contra de nosotros mientras que Dios pretende usarla a favor de nosotros.
Es por eso que muchos le temen a acercarse a Dios ó a explorar su palabra, pues escuchan al Diablo que usa esa palabra que yace en nuestro interior para acusarnos con nosotros mismos, y nos hace ignorar de manera prácticamente involuntaria el hecho de que esa misma palabra tiene descrita la tremenda verdad de la salvación y del perdón de los pecados!, la verdad que nos dice que no hay nada que podamos nosotros hacer para agradar a Dios y que todo fue hecho ya!, es decir, es la misma verdad usada desde dos flancos distintos, pero que tiene un mismo habitáculo, nuestro corazón.
Es precisamente por esto que Dios nos insiste tanto que perseveremos en leer su palabra, en mantenernos cerca de su verdad, para que no seamos confundidos por nuestro enemigo que usa nuestro corazón como campo de guerra, peleando una batalla en la que ya fue vencido en la cruz, pero que insiste en hacernos ignorarlo.
No le emociona, darse cuenta de esta asombrosa verdad?, no ha descansado del puro hecho de saber que no hay acusación válida contra usted, sino que es el Diablo pretendiendo confundirle?, disfrute de esta verdad y regrese a lo que le es natural, a lo que Dios puso ahí antes que el mundo, a la palabra que le da vida y que no le quita libertad, sino todo lo contrario.