En ocasiones me sorprende la famosa necesidad que tenemos de hacernos especiales, de distinguirnos de los demás al grado que somos capaces de inventarnos incluso enfermedades no solo que no tenemos sino que no existen con tal de distinguirnos de los demás y llamar la atención por algo único ó algo especial que nos sucede.
Hace un par de semanas estaba yo sentado en uno de los restaurantes que mas disfruto pretendiendo consumir uno de esos desayunos que más que nutrir engordan pero a su vez llenan de felicidad, si sabe de cuales, no?, de esos de los que las personas hoy en día y por moda no hacen más que hablar mal y empezar a enumerar las miles de cosas que “les hacen daño” y no consumen.
El caso es que estaba yo apenas saboreando con los ojos mi desayuno cuando llega a la mesa de enseguida una pareja que pretendía desayunar y empiezan a hojear el menú y mientras lo hacían, empezaban a enumerar de cada platillo todas las cosas que no podían comer porque les hacían daño, que si los chilaquiles llevaban crema porque la crema les hacía daño pues son intolerantes a la lactosa, que si el queso de cabra les causaba gases y que si estaba cocinado con mucha grasa y por último enumeraban que los huevos eran uno de los alimentos más dañinos que existían.
Para no hacerles la historia larga, después de llegar y contaminar todo el ambiente del restaurante y las mesas contiguas con sus comentarios, decidieron levantarse de la mesa y no desayunar y nos dejaron a todos los que estábamos alrededor pensando en lo que había en nuestros platos, creo que en especial a mí con mis wafles con fruta y mucha crema batida.
Es interesante pensar que las personas creen que las cosas que vienen de afuera pueden hacerles daño tanto los problemas, las palabras de otros ó la comida misma, siendo que en un restaurante y más uno reconocido como en el que yo me encontraba en ese día, no va a vender nada que haga daño, sino todo lo contrario, no lo cree?
El hecho es que hemos decidido qué cosas nos hacen daño y hemos logrado que nuestras mentes lo crean al grado que lo implantan en nuestras mentes y decidimos vivir de esa manera, aun encima de la palabra de Dios.
Piense en esto, la Biblia nos promete que aquellos que creen en Cristo y vivimos de acuerdo a la palabra de Dios ( ó al menos lo intentamos), incluso comeremos cosas mortíferas y no nos harán ningún tipo de daño (Marcos 16:18), esto incluye a los alimentos ricos en lactosas, picantes y demás irritantes, créame, Dios sabía de todas estas cosas cuando escribió su palabra por medio de los hombres de aquellos tiempos.
Con esto no pretendo retar a quienes han decidido no comer ciertos alimentos y no pretendo criticar los hábitos de nadie, por el contrario, lo que si pretendo es establecer un principio de fe, pues la fe dice la carta a los hebreos en el capítulo 11, versículo 1, es la certeza de lo que se espera y la convicción de lo que no se ve, por tanto nos da acceso a cosas más allá de nuestra vista y más allá de nuestro entendimiento y nos hace entender que todas las cosas de esta tierra están ahí para que las dominemos y que con ello demos gloria a Dios, incluso el comer.
Por tanto, todas aquellas cosas por las cuales nos decidimos hacer débiles, a veces no hacen más que exaltarnos a nosotros mismos y le robamos crédito a Dios y a la verdad de su palabra en nuestro afán de hacernos “especiales” ante los ojos de los demás, lo había pensado?
Lo peor de todo es que cuando hablamos de todas esas cosas que decimos que nos afectan, nos contaminamos de la auto gloria que pretendemos crear, y a su vez contaminamos nuestros ambientes de realidades particulares que nos alejan de la eternidad y de la verdad de Dios.
Y obvio, no hablo solo de la comida, esto fue solo un ejemplo, pero piense de cuantas cosas en nuestra vida dejamos de hacer, de disfrutar y de darle gloria a Dios por tener nuestro propio concepto y contaminarnos con nuestra propia opinión sin haber tomado en cuenta a Dios y a su verdad y nos atrevemos a vivir una vida limitada gracias a eso.
Creo que en nuestro ejercicio de la fe, debemos y nos es sumamente necesario el detenernos y el buscar la verdad de Dios para tener los paramentos, necesarios para vivir una vida pura apegada a la verdad de Dios y no contaminada, por las cosas que solemos creer por nuestra cuenta y hablar por nuestra boca.