Orar es una de esas cosas que todos nos hemos preguntado cómo hacer adecuadamente en más de una ocasión, lo ha pensado?
Curiosamente casi el único tema que abordamos en nuestro tiempo de oración, somos nosotros mismos, aún cuando oramos por otras personas, oramos por ellas, pues nos afecta emocionalmente lo que les pase y solemos pedir e interceder por ellas para que no suframos.
Obvio, no es tan extremo como para hacerle sentir egoísta ni nada por el estilo, estoy tratando de establecer un precedente, para poder reflexionar junto con usted acerca de las cosas que Dios quiere hablarle, de modo que ponga atención.
Lo interesante es que aquello que oramos y pedimos acerca de nosotros mismos es más bien circunstancial, es decir, oramos y pedimos acerca de las cosas inmediatas que nos pasan y de cómo es que nos hacen sentir, pero en realidad pocas de esas cosas son trascendentales y no tienen que ver con nosotros sino con las circunstancias que nos rodean.
Y es justo ahí donde nuestra oración falla, no porque lo hagamos mal, sino porque lo hacemos en la dimensión equivocada, solemos orar por cosas efímeras e intrascendentes cuando Dios nos llama a buscar lo eterno y lo alto, es por eso que aunque nuestra oración se trate de nosotros mismos, debemos de tomar un tiempo y buscar la voz de Dios, para que nos hable acerca de sus planes para nosotros, para que nos cuente acerca de ese propósito específico que tuvo desde el momento que nos creó, que nos hable de cada una de las bendiciones que tiene preparadas para nosotros, pero no con el fin de agradarnos, sino para que las tomemos y las multipliquemos y las llevemos a otros.
Piense que nuestra oración no tiene que ver con el estar todo el tiempo pidiendo perdón por aquello que cometimos y que deliberadamente hicimos y sentimos que debemos de “arrepentirnos”, sino tiene que ver con el siempre regresar a tocar base a la presencia del Eterno y el Todopoderoso, para retomar el rumbo y regresar a la senda que Él dispuso para nosotros, pues si siempre vamos al famoso “borrón y cuenta nueva”, nunca avanzaremos, pues siempre seguiremos luchando con nuestra propia carne y siempre nos quedaremos cortos.
Una de las cosas que me ayudan a mi en mi caminar en Cristo es el recordar algo de suma importancia para el Reino de los Cielos y ese pensamiento es:
Yeshúa (Jesús) no se colgó en una cruz y derramó su sangre para ver si la hacíamos y a lo mejor lo lográbamos, por el contrario, el que Él haya bajado a la tierra, se haya despojado de su identidad celestial, que haya pagado por nuestros pecados y nuestras enfermedades y que haya derramado su sangre no es otra cosa que una garantía de que seremos salvos y estableceremos su Reino de la manera específica como Él lo planeó para nosotros, el único requisito es creerlo y regresar frecuentemente a su presencia, inclinar nuestro oído a Él para que nos recuerde una y otra vez lo que es una verdad en el Reino de los Cielos, más allá de la realidad que vemos con nuestros ojos.
El Rey David entendía esto, por eso escribió la cita de hoy, sabía que ni sus errores ni sus pecados eran tan trascendentes como el plan de Dios y que nada, absolutamente nada podría interponerse entre lo que Dios dijo acerca de él y él!
De la misma manera sucede con usted y conmigo, el único cambio que debemos de hacer, es ir a la presencia de Dios con la intención de escuchar y creer, entre más lo hagamos, mejor será nuestra vida, pues estará guiada por la voz de Dios y no por nuestros propios pensamientos limitados, cómo ve?