Existe una gran confusión acerca del amor de Dios, pues muchas personas suelen pensar que Dios nos ama tal como somos y nos acepta de la misma manera, pero al pensar esto, podemos sin darnos cuenta el ignorar el objetivo y el propósito de la sangre de Yeshúa (Jesús).
Es cierto que Dios no tiene problema en amarnos tal como somos, es cierto que nos ama al grado que dio su vida por nosotros, pero eso dista mucho del hecho de que nos ame para que sigamos siendo como somos ó quienes somos, y no tiene que ver con el hecho de que haya algo malo en nosotros, sino con el hecho de que hay demasiada identidad del mundo ó de la tierra en nosotros al grado que dejamos de lado nuestra identidad celestial.
Por favor recuerde que Dios nos hizo a su imagen y con la capacidad de expresar su naturaleza (semejanza), pero en nuestra cotidiana manera de vivir, solemos dejar de lado esa “capacidad de expresar su naturaleza” y lejos de regresar a parecernos a Dios, buscamos excusas para adaptar a Dios a nuestras maneras de vivir e incluso a nuestros hábitos del día a día, sin quererlo a veces y sin darnos cuenta, pretendemos que el Dios perfecto que habita en el 3er Cielo se ensucie y se haga mundano como nosotros lo somos.
Es por eso que es importante el recordar que el objeto de la sangre de Yeshúa (Jesús) es limpiarnos, piense que también los Judíos de aquel tiempo pensaban que eran buenos pues cumplían tanto como podían la ley de Moisés, pero estaban tan concentrados en la ley, que habían olvidado la intimidad y el conocimiento de quien era Dios, de pronto, la ley se convirtió en un parámetro que justificaba a las personas y dejó de ser un medio para agradar a Dios.
Así nos sucede a nosotros, vivimos en una constante necesidad de justificar quienes somos, vivimos de acuerdo a un modelo que nos mide por medio de emociones y circunstancias y nos compara todo el tiempo a los unos con los otros y sin embargo nos llamamos iguales y con los mismos derechos, aunque vivimos de una manera completamente contraria.
Lo interesante es cuando leemos la Biblia y descubrimos quien es Dios y cómo es que piensa Él, si observamos un poco, veremos que la Biblia está llena de símbolos muy fáciles de identificar que nos permiten entender qué es lo que Dios pretende de nosotros y cómo podemos vivir una vida de acuerdo a su voluntad y no solo de acuerdo a nuestro propio entendimiento.
Uno de esos símbolos son el calzado (en este caso sandalias), el cual simboliza el estilo de vida, es decir, lo que hacemos en la tierra, si usted recuerda a Moisés, siempre tuvo una vida recta y siempre se preocupó por hacer justicia y aun así, cuando se iba a acercar a Dios, este le pidió “quítate las sandalias”.
Esto nos ayuda a entender que muchas veces podemos pretender entrar delante de la presencia de Dios y al ver su santidad nos sentiremos inmundos ó indignos, y hablaremos todo el tiempo de las razones de porqué somos como somos ó vivimos de la manera que lo hacemos, ó bien, llenaremos nuestro tiempo de intimidad de la necesidad y la escasez que tenemos, y no dejaremos que la gloria y el propósito de Dios se manifiesten en nuestro encuentro.
De tal manera que uno de los requisitos que tiene la presencia de Dios es que entremos en calidad de hijos espirituales, con nuestra identidad celestial, sin nuestro estilo de vida y sin los detalles de las cosas que Él ya conoce, debemos de presentarnos delante de Él con la intención de verle a Él, recuerde que Él ya sabe cada palabra que habremos de decir (Salmos 139:4), de manera que es más importante que vayamos con la consciencia y el plan de verle y escucharle a Él, de ser recordados quienes somos de acuerdo al Reino de los Cielos que con la intención de exhibir el resultado de nuestro contacto con el mundo que solo nos contamina.
Le quiero invitar a que se atreva a hacerlo, vaya a la presencia de Dios con la identidad de Dios, atrévase a ir delante de Él no a pedir, no a quejarse, no a justificarse, sino con la plena consciencia y propósito de encontrarse con el Dios perfecto, el cual no tiene intención ni de regañarle ni castigarle, sino el recordarle el valor impresionante que tiene usted para Él y el plan perfecto que diseñó para su vida y el cual no tiene que estar listo para cumplir, solo dispuesto para que Él se lo revele y lo lleve a cabo de una manera gloriosa, sin su estilo de vida, sino con su identidad celestial.
Amén! Acercarnos a el Padre con la identidad que Cristo ha puesto en nosotros.