Es muy importante que en nuestro ejercicio de la fe consideremos siempre que el orden del Reino de los Cielos difiere mucho del orden de la tierra, en la tierra estamos acostumbrados siempre a pagar un precio por las cosas y a que nada en esta vida es gratis y también que tarde ó temprano, no importa cuanto bien ó cuanto mal hayamos hecho recibiremos a cambio de manera proporcional la paga de aquello que mereceremos.

Pero en el Reino de los Cielos las cosas son distintas, la palabra nos promete que ahí donde abunda el pecado, sobre abunda la gracia, obvio esto no nos da libertad para pecar, pero si nos deja ver que el amor de Dios es tanto que pretende revertir nuestra pésima actitud ante la vida y transformarla en una vida de servicio a los demás, también del Reino de los Cielos aprendemos que el precio por aquello que hemos hecho incluso pensado, ya fue pagado y que nadie vendrá a reclamarnos nuestro pasado ni nuestras acciones, siempre y cuando nos entendamos verdaderamente (y no por conveniencia) hijos de Dios y vivamos con tal entendimiento.

De modo que todo en nuestra vida cambia, pues aprendemos a vivir en un mundo y en un entendimiento paralelo al mundo que ven nuestros ojos, con la diferencia que el mundo terrenal ya no nos afecta, sin embargo es altamente afectado por la identidad que Dios pone en nosotros, interesante, no?

De modo que aprendemos a entender las cosas de manera distinta, por ejemplo las buenas obras, hoy en día, entendemos las buenas obras como algo que pudiera agradar a Dios y algo que puede hacer que agrademos a Dios, de hecho vivimos con la esperanza de que las buenas obras nos acerquen a Dios y de que tarde que temprano tengan un efecto a nuestro favor, pues estamos sacando lo mejor de nosotros y de acuerdo a nuestro entendimiento de la ley de la siembra y la cosecha, deberíamos cosechar cosas buenas y agradables tarde que temprano.

Sin embargo el Reino de los Cielos entiende las buenas obras de una manera distinta, primeramente las buenas obras son algo natural en nosotros, tanto que ni siquiera pensamos en ellas como tales (si no pasa en usted así, no se preocupe, esto viene en camino, no en vano Dios le ha enviado a usted específicamente este mensaje el día de hoy, créame), las buenas obras no son otra cosa que la manifestación de la naturaleza de Dios en nosotros, de modo que las buenas obras y no solo las evidentes, sino también aquellas que establecen un fundamento en lo invisible y en la intimidad emanan de nosotros y no las podemos evitar, de pronto en vez de que nuestro ambiente exterior que nos rodea afecte nuestro corazón y por ende hablemos cosas terribles, llegará el momento que Dios por medio de su palabra hagan emanar de nuestro corazón profecía, bendición y buenas noticias y hagan que todo nuestro ser sea el que afecte el entorno que nos rodea.

Sé que pareciera idílico si lo planteo de esta manera por escrito, pero sabe, es parte de lo que debemos de creer y sobre todo en vez de andar pidiendo cosas materiales en nuestro tiempo de oración, deberíamos de perseverar en esto, dando libertar al Espíritu de Dios a que tome nuestras vidas y nuestros corazones y los encamine a esta nueva naturaleza, en la cual no tenemos participación sino hasta que empezamos a manifestar por medio de la gracia que no pudimos provocar sino que nos fue dada en la cruz del calvario.

Piense esto, en rara ocasión nos levantamos en la mañana y nos vestimos con la identidad adecuada, pocas veces nos miramos al espejo con la claridad de lo que nos dice la cita de hoy, fuimos creados para expresar buenas obras, eso debe de ser lo más natural en nosotros, tanto que no debiéramos siquiera pensar en ello, así como el respirar.

Desafortunadamente nuestra condición humana tiene un especial talento para ver lo malo y ser atraído hacia ello, pero afortunadamente somos mucho, pero mucho más que simples seres humanos, somos hijos de Dios (si es que así lo confesamos desde lo profundo de nuestro corazón), hechos a la imagen y con la capacidad de expresar la naturaleza de Dios (semejanza) de modo, que eso es lo que tiene verdadera validez y no lo que el mundo diga ó los demás opinen, lo había pensado de esa manera?

Obvio el entender este principio no endereza las cosas de un segundo a otro, debemos de aprender a caminar en esta nueva naturaleza que Dios nos ha dado y sobre todo debemos de aprender a hacer el bien sin jactarnos de ello, sabiendo que es Él quien obra por medio de nosotros y no nosotros por nuestra propia cuenta y que lo que rige nuestros pasos es su voz y no nuestro propio entendimiento, eso es parte de la bondad de Dios.

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