Una de las cosas que debemos de tener claras en nuestra relación con Dios es que no hay nada que cambiar en nosotros, pues somos parte de la creación perfecta de Dios, es decir, somos hechos a su imagen y con la capacidad de expresar su naturaleza (semejanza), sin embargo nos hemos dejado envolver en hábitos que nos alejan de expresar esa naturaleza divina, por lo que Dios pretende transformarnos de regreso a su identidad para que podamos vivir de acuerdo a lo que la Biblia expresa acerca de nosotros.
Dentro de ese proceso, no hay mucho que podamos hacer nosotros, pues nos es necesario reconocer que Dios ya lo hizo todo, al grado que aún los pecados que no hemos cometido ya fueron pagados y limpiados por Él, por lo que nos es necesario reconocer nuestra incapacidad de ser buenos por cuenta propia y aprender a depender de Dios por medio de nuestra relación con Él que se basa en 2 cosas fundamentales, la primera el escucharle y la segunda el usar nuestra boca como instrumento de bendición.
También nos es necesario comprender que es nuestra manera de pensar terrenal el principal freno para que Dios obre en nosotros, por lo que Dios ha planeado el cambiar nuestra manera de pensar para que nuestros actos y nuestra inclinación a pecar cambie y sea transformada en una actitud proactiva orientada a un Reino que va mucho más allá de solo nosotros y nuestros intereses particulares.
Nos es necesario que permitamos que Dios cambie la manera en la que hablamos, pues nuestra boca es una fuente, pero esa fuente solo puede dar un tipo de agua, agua que da vida ó agua que da muerte, pero no ambas y eso que sale de nuestras bocas emana de nuestro corazón, por tanto, por medio de lo que pensamos y de lo que percibimos de nuestro entorno, es de lo que llenamos nuestro corazón.
Es por eso que Dios pretende fortalecer nuestro corazón con pensamientos de Reino y pensamientos de bien, para que nuestras bocas hablen de manera alineada a la voluntad de Dios y del conocimiento de su palabra, de modo que sus promesas no solo se cumplan, sino que sean prácticamente inevitables, que la bendición deje de ser algo que anhelemos y que pase a ser algo que nos persiga (Salmos 23:6) y que la presencia de Dios deje de ser algo lejano y ajeno y que sea algo tan normal en nosotros que no podamos dejar de escuchar a Dios.
El efecto transformador de Dios es sumamente tangible, pero requiere de algo importantísimo, de nuestra autorización, es decir, Dios necesita que le confesemos de manera racional y consciente y de ser posible de manera audible (aún cuando estemos en la intimidad con Él) el hecho de que estamos dispuestos a que obre en nosotros, a que estamos dispuestos a que cambie nuestra manera de pensar y a ser parte de ese Reino usando nuestras bocas y ser parte de su instrumento perfecto de bendición.
Dios hará cosas tan específicas que nos cuesta trabajo el tan solo verlas materializadas en nosotros hoy en día y es por eso que no nos presiona diciéndolas día a día, con la intención de que no nos afanemos con ello, pues no es algo que podamos hacer por nosotros mismos, sino que será algo natural en nosotros por medio de su Espíritu quien obrará en nosotros y cambiará nuestra manera de pensar acerca de lo posible y lo inevitable del Reino de Dios.
Por tanto si está usted dispuesto ó dispuesta a que Dios obre en medio de lo que está pasando en su vida, tome un tiempo aparte, vaya a la presencia de Dios y confiésele su incapacidad de hacer las cosas de una mejor manera por usted mismo (a) y pídale que haga eso que dice la cita de hoy, pídale que cambie su manera de pensar y que ponga en usted los pensamientos de Reino que le hacen falta, déle autorización a Dios de ser eso de ser Dios en y sobre usted, de manera que la obediencia a su palabra sea algo increíblemente natural en usted y el detonador de la bendición de la que otros apenas y pueden soñar mientras usted no la puede evitar.