Para muchas personas hay una “delgada línea” entre lo que es bueno y lo que es malo, pero si lo pensamos detenidamente, no es más que una excusa para permitirse a sí mismos el hecho de pecar sin sentir culpa ni remordimiento, acusándose a si mismas de “inocentes” y no poder resistir ante la tentación de pecar “poquito” ó peor aún, el saber diferenciar adecuadamente entre lo que es agradable a Dios y lo que no.
La verdad es que existe un abismo enorme entre lo que es bueno y agradable a Dios y lo que no, solo que hemos decidido fingir que no es así y usamos frases con una cierta filosofía y sabiduría popular para justificarnos ante los demás antes de realmente consultar a Dios y depender de su Espíritu para actuar adecuadamente.
Es cuando actuamos de esta manera que nos investimos de una bondad fingida y en realidad falsa, pues que nos hacemos objetivo fácil del adversario y constantemente nos convertimos en víctimas de las circunstancias, de hecho existe una errónea ligadura mental entre lo bueno y lo débil, de modo que cuando decidimos actuar “bien” nos hacemos objeto fácil de los ataques de los demás, de las injusticias y de los asuntos delicados de modo que nos sentimos con la justificación de enojarnos ante las cosas que suceden a nuestro alrededor, de las cosas que nos suceden e incluso de las cosas que no han sucedido y pudieran suceder.
En segundos pasamos de ser cristianos a ser víctimas y en otro segundo nos enojamos y somos jueces con autoridad suficiente para cortar cabezas y no nos damos cuenta que estamos actuando completamente opuestos a como decimos hacerlo y a como nos vendemos, créame, creo que debería tener una maestría en este tipo de comportamiento.
La verdad es que todo lo que nos falta es la consciencia de quienes somos y sobre todo de quien es Cristo en nosotros, pues si actuáramos de acuerdo a lo que llamamos nuestra fe, lo primero que afloraría en las situaciones que muchos llaman adversas, serían los frutos del Espíritu de Dios, (amor, alegría, paz, paciencia, gentileza, bondad, fidelidad, humildad y control propio), los cuales nos harían dueños de la situación y no necesitaríamos ni enojarnos ni levantar la voz para hacer notar nuestra frustración, enojo ó miedo, lo ha pensado?
Es por eso que el Espíritu de Dios insiste en cambiar primero nuestra manera de pensar y posteriormente nuestra manera de actuar será cambiada de manera automática (Efesios 4:23), pues entenderemos que no solo no es nuestro derecho el enojarnos ante las injusticias y las actitudes de los demás, sino que tenemos la capacidad de influir en los demás y cambiar su actitud y su efecto en nosotros, de modo que ellos sean transformados como nosotros lo fuimos.
Seamos honestos, es muy sabroso eso de enojarse, es muy divertido levantar la ceja y ver como las personas a nuestro alrededor reaccionan a ello, pero en realidad es terrible el daño que podemos hacer si no medimos nuestras palabras y acciones, piense que la Biblia confiesa que en nuestra lengua están contenidos el poder de dar vida ó dar muerte, y nuestro objetivo como hijos de Dios es dar vida en todo momento, siempre, sin dudarlo y sin pensarlo siquiera, por tanto no podemos permitir el enojarnos, pues el enojo como lo dice la cita de hoy, da pie al enemigo a actuar en nosotros y por medio de nosotros.
La asombrosa diferencia es que no es algo que usted y yo podamos controlar, pero si es algo que podemos pedir a Dios y Él promete que cambiará en nosotros la manera en la que pensamos ante ciertas situaciones y nos pondrá en un ambiente espiritual que lejos de recibir embates de lo exterior, nos pondrá en control de nosotros mismos y con la capacidad de transformar su entorno por medio de las palabras de autoridad que el Espíritu de Dios habla por medio de nosotros.