La culpa es una de las armas más poderosas de nuestro adversario en contra nuestra y en contra de la salvación que Dios ha diseñado para nosotros, va acompañada de un montón de actitudes que en nuestros ojos parecieran buenas y correctas, pero que en realidad solo nos paralizan y nos evita de seguir adelante y de alcanzar nuestro objetivo como hijos de Dios, lo había pensado?

Es curioso, pero hemos aprendido el arrepentirnos de nuestro pecado ó de lo que hemos hecho mal con el sentirnos mal, con el llenarnos de culpa y el adoptar una actitud que denotara que reconocemos el mal de nuestra acción y solemos agachar la mirada, encoger los hombros y luego no hacemos absolutamente nada, eso, nada de nada.

La Biblia nos habla de hacer frutos dignos de arrepentimiento, es decir, el hecho de arrepentirnos nos lleva a una acción y no a quedarnos quietos, es como si en nuestro sentirnos mal pretendiéramos quedarnos quietos para no pecar más, como si lo único que sabemos y podemos hacer bien es pecar y no lo pudiéramos evitar.

Pero dejamos de lado que el pecar no es nuestra naturaleza, ciertamente es la condición de este mundo y tal vez estemos habituados a pecar, pero de que no nos es natural, no nos lo es, hemos decidido creer que si, y es ahí donde radica el problema.

La verdad es que hay algo que nadie puede evita, fuimos creados a la imagen y semejanza de Dios y nuestra naturaleza radica en esta verdad, toda actitud ó pensamiento contrario a esto, literalmente viene del Diablo, nuestro adversario, quien tiene por objetivo el separarnos tanto y tan rápido como pueda de nuestro propósito en Cristo, quiere hacernos sentir culpables e insiste en decirle “nuestro” como lo hice yo hace una líneas al pecado, a la mentira, a las deudas y a toda actitud que nos aleja del carácter de Yeshúa (Jesús) que es el que debemos de imitar y adoptar pues denota y describe quienes somos en esencia y también deberíamos de ser en la práctica.

De regreso a nuestro tema principal, el sentirnos mal, no tiene nada que ver con demostrar arrepentimiento, pues simple y sencillamente nos paraliza, y no porque nos sintamos mal las cosas cambian, de hecho es por eso que tomé la cita de hoy, le voy a poner un poco en contexto para que lo entienda.

Los Israelitas estaban conquistando la tierra prometida y estaban por tomar una ciudad que Dios les había indicado y justo antes de hacerlo, Dios les dio una indicación muy pero muy clara el destruir todo lo que había en la ciudad y el no tomar absolutamente nada para ellos, pero un hombre llamado Acán, decidió tomar “algunos” objetos porque lo consideró “bueno”, de manera que la ira de Dios se encendió contra ellos, de modo que en la siguiente ciudad llamada Ai, de la manera más simple y más sencilla sus enemigos los amedrentaron, los vencieron y los hicieron huir.

Cuando Josué fue delante del Señor con la intención de sentirse mal, hizo lo que usted y yo hubiésemos hecho se llenó de culpa y de ese mal sentimiento que nos es natural ante este tipo de situaciones, pero la reacción de Dios fue otra, le dijo “que haces ahí en el suelo?”, le dijo el que te sientas mal no cambia absolutamente nada, el que te arrepientas tampoco, necesitas ir a ahí entre tu pueblo y tomar aquello que les indiqué que no tomaran y destruirlo, sacarlo e entre tu pueblo, pues eso es lo que los contamina y hace que mi ira se encienda contra ustedes.

Cuando entendemos que debemos de dar frutos dignos de arrepentimiento, debemos de entender lo que está mal y tomar acción, es decir, participar activamente en erradicar aquello que nos hace lucir contrarios a Dios y sacarlo de nosotros, ya sea un pensamiento, un mal hábito, una actitud, pero eso si, todo menos quedarnos quietos y agachar la mirada, me está siguiendo en esto?

El problema es que normalmente entendemos como malo aquello que Dios entiende como pecado, pero estamos tan acostumbrados a ello que lo sentimos natural y nuestro y no sabemos cómo separarnos de ello e incluso debemos de admitirlo, no queremos hacerlo, cómo separarnos de nosotros mismos?, no ha pensado que por eso muchos le llaman “mi naturaleza pecadora’?

Pero es mucho más sencillo de lo que pensamos y se lo voy a explicar, no porque algo habite en nosotros es nuestro ó qué?, si el cáncer habita dentro de usted, simplemente lo adopta y le dice mi cáncer?, obvio no, lo primero que hace es ir al médico y pedirle que lo saque de usted, exactamente lo mismo hacemos con el pecado, lo reconocemos como ajeno y como causante de nuestra muerte y vamos de inmediato delante de Dios y le pedimos que lo saque de nosotros.

Pero no es pedir por pedir ni ponernos intensos en rechazar algo que no vemos como bueno, pues podemos hacerlo con un cierto sentimiento de culpa, entendámoslo como Dios lo entiende, como algo ajeno a nosotros, tengo un ejemplo un poco burdo pero muy ilustrativo, es como cuando vamos caminando por la calle y pisamos un chicle y se pega en nuestro zapato, no porque ahora vaya con nosotros es nuestro, es más, alguien más lo masticó y alguien más tuvo la irresponsabilidad de tirarlo deliberadamente en la calle, lo único que queremos es que no ande más con nosotros, así es el pecado, Satanás quien es llamado padre de mentira y pecado dejó por ahí la tentación y la mentira y nosotros decidimos pisarlas y andar caminando con ellas, pero una vez que entendemos que son ajenas a nosotros podemos ir delante de Dios a que las saque de nuestro interior porque nos son ajenas, así de simple, así de básico, pero así de importante también.

Por tanto, si usted le cree a Dios, tiene que tener esto en cuenta, la culpa es el arma más simple y más común del Diablo contra usted y contra mi, pero también una de las más efectivas que puede tener, ya que causa parálisis, no se deje engañar por este adversario insistente, recuerde que lejos de sentirse mal y no hacer nada, lo que tiene usted que hacer es levantarse, ir y tomar eso que le aqueja y pedirle a Dios que lo extirpe de usted, no pensando en lo difícil que es, sino con la consciencia de que Yeshúa (Jesús) ya pagó por cada uno de los pecados que cometimos y habremos de cometer y que somos libes y ajenos si decidimos recibir ese regalo asombroso de la salvación y de la sangre de Yeshúa (Jesús), de modo que el fruto de nuestro arrepentimiento venga de la acción que tomamos día a día y no de la parálisis de sentirnos mal.

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