Este asunto de la fe es uno de los asuntos más fascinantes que existen, pues es sumamente fácil de vivir, pero complejo de entender, es decir, no es algo que podamos razonar, pero si es algo que podemos experimentar día a día y nunca deja de ser, pero debemos de creer lo que Dios nos dice, lejos de tratar de entender lo que nos quiso decir, pues curiosamente, pasamos nuestras vidas descifrando el códice secreto de lo que hubiera podido querer decirnos y dejamos de lado lo que su palabra dice y a lo que debemos de aferrarnos.
Las personas pasan interminables horas pidiendo a Dios algo que no tienen ni la más remota idea si recibirán, pero insisten, como si pudieran por medio de su persistencia convencer a Dios de que les dé lo que esperan ó haga algo para sacarlas de su situación, pero no contemplan a Dios y a su personalidad, para anhelar su efecto de acuerdo a esta (a su personalidad), y por ello se pierden de las mejores cosas que Dios tiene para darles y si me lo permite, se lo voy a explicar.
Muchas personas tienen la errónea idea de que tienen que ser “buenas” para agradar a Dios y posteriormente como un intercambio por su bondad, recibir cosas agradables que ellas llaman “buenas”, pero en realidad dista mucho de esto, pues no es un Dios “bueno” que da cosas a las personas que son “malas” y que recompensa por aguantarse lo “malo” que hay dentro de ellas, porque si así fuera, tarde que temprano, eso “malo” va a reventar dentro de ellas y serán como siempre habían sido en su corazón y no como pretendían ser por fuera.
Es decir, el aguantarse un pecado, una mala actitud ó lo que realmente queremos, no es nada que agrade a Dios, pues eso solo nos hace engañarnos a nosotros mismos y nos hace unos hipócritas delante de Dios, pero hay algo que si podemos hacer para agradar a Dios y cambiar nuestra condición, de modo que el efecto de nuestra relación con Dios cambie de manera radical.
Eso que podemos hacer que lo va a cambiar todo, se llama “confesión”, es decir, todo lo que tenemos que hacer es reconocer eso que nos gusta, eso que hacemos y que sabemos que está mal, es algo que no podemos dominar, es algo que en ocasiones nos supera y que por más “malo” que lo queramos ver, en realidad no podemos dejar de hacerlo ó de pensarlo simplemente y ser honestos con Dios acerca de ello.
A Dios de nada le sirve que finjamos algo ó que tengamos la idea de que lo que hacemos, ciertamente Él no envió a su hijo a morir por nuestras intenciones, pero si lo envió para que muriera y pagara por nuestros pecados y nuestras debilidades, de manera que podamos soltarlas y entregárselas a Él para que los lave con su sangre.
La confesión es el reconocer algo como es, sin tapujos y sin medias tintas, es decir sabiendo que es desagradable a los ojos de Dios, pero que no podemos ó simplemente no queremos dejarlo, de manera que cuando salga de nuestras bocas, entendamos nuestra debilidad y podamos entregarlo a Dios y que Él haga con eso que confesamos lo mismo que ha hecho con todo pecado de manera que nuestra debilidad sea cambiada en fortaleza por medio de dejar que Dios tome lo que está mal en nosotros y se haga Él el Señor y Salvador de nuestras vidas.
Lejos de lo que entendemos en el mundo, ser débil es una de esas cosas que son buenas en nosotros, pues permiten que Dios intervenga en nuestras vidas, pero no desde afuera, sino directamente desde el fondo de nuestro corazón donde Él pretende habitar donde Él tiene el mejor de los efectos en nuestra vida.