En ocasiones pareciera difícil ó bien imposible, pero muchas personas no reciben lo que piden en oración por un severo problema de falta de identidad, pues no tienen claro quien es Dios y quienes son ellas, pues están más familiarizadas con su pecado y sus malos hábitos que con quien Dios ha hecho de ellas.
Se ha puesto a pensarlo, la gente suele decir “mi pecado”, “mi problema”, “mis deudas” y luego van y se presentan delante de un Dios quien pareciera lejano, enojado y voluble ante los problemas de quienes se acercan buscando su ayuda, pero entonces, de qué sirvió el sacrificio de Yeshúa (Jesús) en la cruz?
La Biblia nos habla constantemente acerca de nacer de nuevo y con nacer de nuevo quiere decir que las personas habremos de hacer de Yeshúa (Jesús) nuestro Señor y nuestro Salvador, pero no se si ha notado esto, ambos adjetivos van antecedidos de un poderoso “nuestro”, eso quiere decir que es tan cercano y tan propio como nuestro cuerpo y como nuestros pensamientos mismos, ahora solo nos queda el tener muy claro el significado de los términos “Señor” y “Salvador”.
Es por eso que me emociona tanto pensar en David el Rey, quien no era nada distinto de usted y de mi, pero tenía una cosa muy clara, él no llamaba las cosas ajenas a él como propias, sino se entendía a sí mismo como pertenencia de Dios, de modo que nunca habló de “su” pecado, sino del pecado que le acosaba, nota la diferencia?, ya que el detalle radica que en el momento que llamamos al pecado “nuestro” no estaremos en posición ni disposición de soltarlo, y tenemos que entregarlo a Yehsúa (Jesús) precisamente para que con su sangre pague por el y sea desechado y olvidado.
Es por eso que somos tan recurrentes en pecar, pues no solemos soltar ese famoso pecado al que denominamos como propio y nos aferramos a llamarlo como “mío” todo el tiempo.
Note en la cita de hoy cómo David tiene bien claro quién es él y quien es Dios y por eso lo llama “mi roca”, “mi fortaleza” y “mi salvador”, sabiendo que su fundamento está en la roca, la cual no se mueve y sobre la cual puede edificar una vida próspera, como sabe que su fuerza viene desde el interior donde Dios habita y cómo solo Dios lo puede rescatar de él mismo, de sus errores y de su pasado, de modo que todo lo que David es está en Dios y no en lo que siente, piensa ó sucede a su alrededor.
Para muchas personas existe una famosa línea “muy” delgada entre lo que es bueno y lo que es malo, pero en realidad no es así, Dios no convive ni con el pecado, ni con la pobreza ni con la escasez, por tanto, quien se denomina a sí mismo como pecador, quien dice de si mismo que tiene pecado propio, problemas propios y deudas propias vive del lado equivocado de la línea, que si lo piensa detenidamente si fuera tan delgada, sería muy fácil brincar de un lado al otro, de las deudas a la abundancia, del pecado a la santidad, pero no es así, pues una vida de acuerdo a los principios de Dios no es una vida de sacrificio como muchos creen, sino es una vida de consciencia, de constantemente saber quienes somos, de quien es Dios y de qué lado de la línea nos encontramos y notar cómo día a día dicha línea se hace más ancha y más difícil de cruzar.
Cuando hablamos de consciencia, hablamos de saber qué es nuestro y qué no, debemos de tener presente quien es nuestro Dios y quien nos gobierna y más claro aún qué es ajeno a nosotros y a qué es lo que debemos de renunciar, como el pecado, los malos hábitos y las cosas que nos estorban en el ejercicio de la fe adecuada, en la fe del Dios vivo.