En México tenemos un dicho que me gusta mucho usar y que tiene mucho que ver con lo que le quiero platicar el día de hoy, ese dicho reza “parece que no tienes llenadera”, lo usamos mucho cuando vamos de compras, ó cuando hacemos algo que nos gusta mucho, pareciera que no hay algo que nos pueda satisfacer lo suficiente cómo para que cambiemos de actividad, le ha sucedido?
Cuando pienso en esto, pienso en la manera en la que oramos ó bien en la manera que nos dirigimos a Dios para pedir las cosas que decimos necesitar ó querer, y lo hacemos como si no tuviéramos llenadera, pues cómo se dice por ahí, sólo jalamos agua para nuestro molino, pero no tenemos un propósito para aquello que pedimos ni un plan para nuestra relación con Dios, lo ha pensado?
Dios tiene un plan para usted y para mi y ese plan incluye específicamente que demos frutos y cuando hablo de frutos quiero hacer hincapié en 2 puntos fundamentales:
Primeramente, los árboles toman de lo amargo de la tierra, lo combinan con el agua (representación de la palabra de Dios en la Biblia) y lo transforman en algo atractivo físicamente, colorido y sumamente dulce, nosotros hacemos todo lo contrario, queremos tomar de lo dulce de la tierra y lo convertimos en reclamos amargos vs Dios (no siempre, pero si muy seguido).
Segundo, los frutos que damos, nunca son para consumo propio, siempre son para que alguien más ó acaso ha visto usted alguna vez a un árbol comerse sus propios frutos?, habiendo entendido esto, debemos recordar que Dios nos hizo a su imagen y con la capacidad de expresar su naturaleza (semejanza) de modo que lo más natural en nosotros debe de ser el dar, como Dios da, nosotros daremos, además de esto, hay muchas promesas en la Biblia para quienes se atreven a dar de si, no sólo en lo económico, pero también su tiempo, su corazón, su paciencia, sus talentos y todo lo que Dios ha puesto a nuestro alcance.
Es cuando pienso en esto que recuerdo que alguien me comentó alguna vez acerca de los vasos de honra, los cuales siempre están inclinados, para que a la vez que reciben siempre tienen algo que compartir, así debe de ser nuestra oración, el que pidamos no cosas que estemos dispuestos a compartir, sino oremos por dar frutos, de los cuales los demás se puedan alimentar, tanto física, emocional como espiritualmente.
Otra de las cosas que debemos de considerar en nuestra oración es que los frutos que demos, deben ser permanentes, es decir, las actitudes, los comportamientos, las nuevas costumbres que Dios ponga en nosotros no sean como luego dicen “llamarada de petate” (ya sé, hoy he estado a todo con los dichos), sino que sean algo que perdure y dé testimonio de que no es un cambio de nuestra voluntad, sino un cambio que Dios hizo por medio de su Espíritu en nosotros.
El problema radica en que cuando logramos identificar nuestras malas actitudes ó lo que la Biblia describe como pecado en nosotros, tratamos de suprimirlo con 2 objetivos, primeramente el lavar nuestra consciencia y no verlo como malo en nosotros y segundo con la intención de ser agradables a Dios (como si lo pudiéramos engañar) y lograr que haga algo por nosotros, pero en realidad Dios espera que sea su Espíritu quien nos transforme y que haga estragos en nuestra personalidad, donde cambie nuestros malos hábitos (los cuales no son racionales) por buenas costumbres (las cuales nos dan identidad), de modo que empecemos a pensar como Él, a actuar como Él y a ser como Él y Dios no cambia, la Biblia confiesa que Él fue, es y será siempre el mismo, sus frutos tienen la misma característica y nosotros por ende debemos de ser igual.
Si lo nota, lejos de seguir orando por recibir algo que nos haga parecer que no tenemos llenadera, debemos de orar por dar frutos que sean permanentes, de los cuales las personas a nuestro alrededor se puedan alimentar (frutos como el amor, el gozo, la paz, la paciencia, la mansedumbre, la bondad, la benignidad, el dominio propio) y que hagan que también otras personas le pierdan el miedo a Dios y se decidan a tener una verdadera relación con el Dios vivo de la Biblia y dejen de tener una relación de autoengaño con el dios que alguien colgó en las iglesias.