Es interesante la facilidad que tenemos para desasociarnos de Dios, por alguna razón una de las cosas más naturales en nosotros es sentirnos ajenos a Él a causa de nuestro pecado y nuestra manera de pensar, de modo que cada vez que nuestra consciencia nos acusa, pareciera que damos un paso más en dirección contraria hacia nuestra relación con Dios, sin embargo seguimos teniendo la esperanza de que nos bendiga, pero debemos de entenderlo de la manera que Él lo entiende, y las cosas empezarán a suceder de manera distinta en nuestras vidas.
Piénselo de esta manera, imagine que tiene usted un reloj de pulsera que le gusta mucho, de hecho es su favorito y cierto día, este deja de funcionar porque se le acaba la batería, que sucede?, ese reloj deja de ser suyo?, se le acaba a usted el gusto por el?, ciertamente no, lo único que pasa es que tiene que ir usted a cambiarle la batería y el reloj seguirá siendo tan suyo como antes y tan favorito como siempre, lo mismo pasa con Dios y con nosotros, Él nos ama y de pronto perdemos el rumbo porque no sabemos hacia donde vamos, pero Dios anticipándose a eso, envió a su Hijo a que muriera por nosotros y derramara su sangre, de modo que cada vez que lo necesitemos recurramos a Él y recuperemos nuestra condición de hijos de Dios y está cubiertos por su favor.
Obviamente nuestra relación con Dios va mucho más allá de la nuestra con un objeto, pero lo quise expresar de esta manera por el hecho de entender el asunto de la pertenencia, una vez que entregamos nuestra vida a Dios y decidimos nacer de nuevo, todo lo que pase de ahí en adelante es un asunto de entendernos como parte de la pertenencia de Dios, pues habremos sido objeto de la sangre de Yeshúa (Jesús) quien murió y pago por nuestro pecado con su sangre, cuando pecamos, a lo mejor perdemos la condición ideal para Dios, pero nunca dejamos de ser suyos, no dejamos de ser sus hijos y no perdemos el lugar especial que ganamos en su corazón a causa del sacrificio que fue hecho a favor nuestro.
Es por eso que la cita del día de hoy dice como segunda condicionante “que lleva mi nombre”, es decir, aquellas personas que dejan de vivir una fe individual (vea la reflexión anterior para entender este punto) y que se entiende como propiedad y como parte del Reino de Dios, esto es tan sencillo de entender como cuando una mujer se casa con un hombre y esta deja su apellido y toma el de él, ella deja de ser la Señorita “X”, para convertirse en la Señora “Y”, y no es un asunto de que se use ó no se use, es un asunto de pertenencia, al momento de que una mujer decide casarse con un hombre, esta queda bajo cobertura de este hombre y él es responsable por su vida, pues la Biblia nos dice que el hombre es cabeza de la mujer y Yeshúa (Jesús) es cabeza del hombre, él tiene que cuidar, cubrir, proteger y glorificar a la mujer y ella se entiende como de él, no como un objeto, sino como Dios nos entiende suyos a nosotros.
Es por eso que lejos de que el pecado nos aparte de Dios, debemos de entender que lo mejor que podemos hacer es simplemente entregarle de manera racional nuestra vida (nacer de nuevo) y por medio de ello portar su nombre, no “a nuestro modo”, sino al modo de quien dio la vida por nosotros de manera que permitamos que Él nos vaya transformando y regresando a nuestra condición original “a su imagen y semejanza”, si lo hacemos con esa consciencia, nuestra transformación y su efecto serán prácticamente inevitables.
Si lo nota, muchas de las cosas que no han sucedido en sus vidas es porque prácticamente usted no se ha entendido con el privilegio de llevar el nombre de Dios, por ello no actúa como parte de su casa, sino por el contrario, como parte de sus enemigos y por ello su consciencia lo aleja de la verdadera identidad que tiene y de los beneficios de llevar dicha identidad!!!
Dios nos ama y no pretende que cambiemos, sólo espera que le demos la oportunidad de que nos hable y de que lo conozcamos, con ello, Él conquistará nuestro corazón y lejos de ponernos una etiqueta que asegure que somos de su propiedad, nos permitirá que coloquemos en nuestro odio una arracada (simbólica y que va en nuestro oído, indicando que lo más importante en nosotros es lo que Él diga) que nos identifique como parte de su casa y nos haga portadores de su nombre, el cual es sobre todo nombre y nada puede contra el (por tanto nada podrá contra nosotros), Dios es tan delicado, que incluso nos dice en su palabra que Él pondrá en nosotros el querer como el hacer, es decir, solo tenemos que entender de quien somos y Él con amor y con mucha paciencia hará lo necesario para transformarnos y llevarnos a donde necesitamos, sólo está en nosotros el decidir, si somos como la esposa necia que decide llevar su propio nombre porque ya no se usa el cambiarlo por el del esposo y conservar su identidad, ó bien decidimos llevar el nombre del Padre quien todo lo dio por medio del Hijo y pretende llenarnos de beneficios por medio del Espíritu Santo solo por ser suyos.
Totalmente claro y simple…
entregarle de manera racional nuestra vida (nacer de nuevo)
Dios lo hara todo, solo debemos permitírselo…
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