Existe un extraño mito que nos dice que el acercarnos a Dios nos hace personas aburridas, que las iglesias nos prohiben todo tipo de cosas y más si son cristianas, porque no nos dejan convivir con nuestros amigos, no nos dejan salir de noche y no nos dejan hacer cosas divertidas.
La verdad que no hay tal cosa, ciertamente hay iglesias que se han desvirtuado, porque las personas ponen su confianza en quienes están al frente de estas iglesias y las cargan con la responsabilidad de tomar decisiones acerca de su vida en vez de leer su Biblia y tomar sus propias decisiones acertadas, y quienes están al frente cometen el error de opinar y de decirles a las personas que hacer y al verlas en el constante peligro de pecar, las empiezan a limitar con la intención de ayudarles (al menos esa ha sido mi experiencia), al grado que llegan a un punto donde un quiere controlar al otro.
En realidad la Biblia no nos prohibe de ir a ningún lado, tampoco nos prohibe salir a cierta hora, ni mucho menos el consumir ó no cierras cosas, como alcohol por ejemplo, lo que si nos hace es el advertirnos acerca de como comportarnos y el límite que hay en cada cosa, la Biblia no prohibe el consumo de alcohol, pero si nos advierte acerca de embriagarnos y dejar que la sustancia tome el control sobre lo que hacemos.
El detalle está en que cuando las personas no se sienten capaces de controlar ciertas cosas, ciertas actitudes y ciertos intereses se esconden y dejan de ir a estos lugares a compartir con sus amistades y de repente llaman a los gustos de su corazón “malos”, pero nada hay de eso, lo malo en realidad son las actitudes, pero no las cosas y no importa donde nos escondamos, las actitudes siempre van con nosotros y lo peor que podemos hacer es llamar a algo malo y seguir anhelándolo en nuestro corazón, ya que tarde que temprano caeremos ante la tentación y daremos un mal ejemplo ó testimonio.
Piense en esto, Yeshúa (Jesús) mismo iba a todo lugar, y compartía mesa con todo tipo de gente, lo que si nunca hizo, fue el hacer lo que ellos hacían, a Él nadie lo tuvo que convencer de tomarse “aunque fuera una” ni de hacer nada de lo que no estuviera convencido, Él sabía perfectamente quien era y cual era su papel en todo lugar, de modo que Él era quien con su actitud contagiaba a otros y no los otros quienes lo tentaban a Él, tal como debería de suceder con nosotros.
Es decir, antes de ponernos a tomar decisiones radicales y meternos en asuntos de decir qué es bueno y qué es malo, debemos de ir a la intimidad con Dios a que nuestra identidad sea afirmada, es decir a que nos sea dicho y recordado quienes somos, para que podamos salir de ahí convencidos de lo que queremos y de lo que esperamos de nuestra vida, para que podamos tomar las decisiones adecuadas, las sanas y las que nunca suframos, sino por el contrario, disfrutemos de la plenitud de ser nosotros y que Dios sea en nosotros.
Recuerde que Dios no hace intercambios, Él no hace intercambios, ni necesita que nos portemos “bien” para que pueda bendecirnos, Él solo necesita que creamos lo que nos dejó dicho en su palabra y vivamos de acuerdo a ello, eso es todo, de ahí la bendición será algo constante y algo cotidiano en nosotros y el mundo será impactado por nosotros y nos seguirá a causa de nuestra identidad, así como Dios lo planeó.
Da ahí, nuestro papel será el mismo que el de Yeshúa (Jesús) ir por el mundo, ir a los lugares donde se hace fiesta, disfrutar de los convivios y de las personas y tener la tranquilidad de no pecar y de no sacrificar nuestra identidad para agradar a otros, sino maravillar a los demás de no necesitar de nada para ser felices, pues el que lo es todo habita en nosotros.