Cuando pensamos en Dios y lo entendemos como Él mismo se describe, entramos en toda una nueva dimensión, llegamos a un punto en donde dejamos de ver y entender las cosas como terrenales y las vemos y entendemos como espirituales y de esto le quiero hablar.

Todos hemos leído y sabemos que Dios es 3 y es uno, es el Padre, es el Hijo y es el Espíritu Santo, y aunque son uno, los 3 funcionan distinto, tienen un carácter distinto, pero los 3 llevan a un propósito y tienen una misma intención.

El Padre es aquel que estableció la ley, aquel que dictó un orden, aquel que nos dijo como es que son las cosas y aquel a quien rendimos cuentas, el Padre es el que representa el orden pero a su vez la plenitud y el Reino, es el que nos requiere disciplina y obediencia, pero quien nos corona de privilegios y de favores, el Padre es nuestro objetivo y es quien nos da un lugar en la eternidad.

Por su parte el Hijo, es aquel quien entiende nuestra vida y nuestra debilidad, es quien nos ve y nos entiende como pecadores y hace misericordia en nuestras vidas, es aquel quien se sacrificó por nosotros ante la impotencia de ver que nos es imposible mantenernos en la condición adecuada para ir delante del Padre, el Hijo es el puente entre lo posible y lo imposible y nos lleva a la dimensión de lo santo por medio de su sacrificio.

El Espíritu Santo es quien se asegura de que no volvamos a caer, es quien nos enseña a vivir la eternidad desde la tierra, quien pone poder en nuestras manos y nos adiestra para que no parezcamos principiantes cuando lleguemos delante del Padre, en otras palabras, es quien le da valor al sacrificio de Jesús y nos hace lucir, nos hace entender y nos da la identidad de Hijos de Dios por medio del poder que pone en nosotros de modo que entendamos el concepto de la santidad y podamos recurrir constantemente a la sangre del Hijo para poder limpiarnos y continuar desde el punto donde nos quedamos y no tener que empezar desde ceros cada vez, es el Espíritu Santo quien nos diferencía de las demás personas en la tierra, es quien establece el parámetro de lo espiritual.

Me encanta el pensar que todo lo que hizo Jesús y todo lo que hace el Espíritu Santo, tienen como objetivo el llegar al Padre, siendo que el Padre es el mismo que los 2 anteriores, en pocas palabras el Padre supo desde que nos creo que habríamos de fallar, pero no estaba dispuesto a pasar la eternidad sin nosotros, y es por eso que decidió hacer el sacrificio que salvaría nuestras vidas y nos da el poder para que podamos llegar en una condición gloriosa delante de Él.

Me gusta, disfruto y me animo ante el término “una vida gloriosa”, ya que muchos piensan que la recompensa es llegar ante el Padre y vivir una vida gloriosa a partir de ahí, pero si lo observa detenidamente, desde el antiguo testamento, el Padre anhela que tengamos una vida gloriosa desde la tierra, para que podamos de esa manera entrar sin problemas delante Él el día que lleguemos a su presencia y sepamos exactamente que hacer, es por eso que el Hijo es el camino que nos asegura llegar y el Espíritu quien nos equipa para que ese término de “glorioso” se manifieste desde aquí y desde ahora.

Es emocionante pensar que Jesús es solo el boleto de entrada a una “mejor vida”, pero a su vez lo es todo, ya que sin Él no iremos a ningún lado y ciertamente no iremos al Padre, Jesús no nos garantiza un mañana, Jesús nos da un glorioso hoy y es por eso que muchas personas no alcanzan bendición, porque dimensionan una mejor vida mañana o cuando mueran, pero no hoy, siendo que Jesús tiene la misma condición del Padre, Él no hace, el ES, y no se puede ser mañana, se es hoy y se es para siempre, tal como el Padre es, el Hijo es y el Espíritu es, para que nosotros entremos por la puerta, caminemos el camino y seamos gloriosos hoy y representemos ese Reino al cual iremos, el cual establecemos aquí en la tierra diariamente y del cual venimos, es decir, cuando decidimos entrar por la puerta de Jesús dejamos de vivir para nuestro futuro y para la esperanza de lo venidero y empezamos a vivir en la dimensión de Dios, donde el tiempo deja de importar y todo simplemente es, como Dios es, interesante, no?

Si logramos vivir en la dimensión del ser, dejamos de temer al mañana, ya que nuestro hoy nos garantiza los beneficios del Padre, la venida de Jesús deja de simbolizar el fin del mundo y se convierte en el cumplimiento de la promesa y punto.

Por tanto, quiero invitarle a meditar en la cita de hoy, piense en que si no lo ha hecho, Jesús nos significa un cambio de dimensión, un cambio de status y el acceso directo al Padre por medio de un sacrificio que ya fue, pero nos permite ser ahora y de aquí en delante en la misma dimensión del Padre, sin tiempo, sin enemigos y sin fracasos, nos permite ser como Él es y nos permite hacer y permanecer como Él hace y Él permanece.

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