Las personas suelen confundirse acerca del alma y el espíritu, incluso algunas suelen pensar que son lo mismo, pero no es así, el alma es aquella que contiene nuestros sentimientos y nuestros pensamientos es decir, nuestro consciente y nuestro inconsciente, todo aquello que viene de nosotros y es generado por nosotros mismos, es el alma, es decir, el alma es todo aquello que podemos controlar en nosotros mismos, desde el mas sencillo pensamiento, hasta el mas complejo sentimiento.
Por otro lado, el espíritu es aquella parte de nosotros que murió a causa del pecado de Adán y Eva y que solo podemos recuperar naciendo de nuevo, y es la parte de nosotros que se comunica con Dios, es aquella parte que hace las cosas asombrosas y por medio de la cual Dios se manifiesta por medio de nosotros, esa parte es la que transforma quienes somos y lo que hacemos, siempre y cuando permitamos que nuestro espíritu domine a nuestra alma.
Me imagino que se preguntará usted, el porque empiezo el devocional de esta mañana con algo que he comentado en varias ocasiones en este espacio, es porque voy a hablarle de un tema que es muy comentado y muy frecuente en las personas pero en realidad es poco dominado, el perdón.
Hay quienes aseguran que son capaces de perdonar, pero no de olvidar y con eso tranquilizan su conciencia y siendo honestos hacen un falso acto de bondad para aquellos quienes los ofendieron, pero en realidad lo que hacen en su corazón es poner una alerta en contra de esa persona, en caso de que les vuelva a ofender.
La realidad es que el perdón no es un ejercicio fácil, todo lo contrario, ya que va en contra de lo que pensamos, y sentimos, una vez que nos permitimos el sentirnos ofendidos por alguien, permitimos que se forme en nosotros una herida que de seguro dejará cicatriz, no por la ofensa, sino por nuestro patrón normal de conducirnos, pueden pasar años y siempre traeremos a la mente y al corazón esa ofensa como si hubiera sucedido el día de ayer.
Al pensar en esto, recuerdo que en alguna ocasión en un reto de amigos (nada de lo que me pueda enorgullecer), tome un cigarro y me lo apagué en el dorso de la mano, la quemadura hizo un agujero profundo en varias capas de la piel y la herida tardó mucho en sanar, de hecho me dolió durante mucho tiempo y aun ahora, mas de 16 años después, la cicatriz sigue ahí, obvio ya no me duele, pero cada vez que la observo, recuerdo perfectamente como fue que me dolió cuando me la hice, e incluso viene a mi memoria el olor de mi piel quemándose, esta cicatriz me acompañará el resto de mi vida y me recordará mi acto inmaduro y de hecho me hace sentir cierta vergüenza, solamente un cirujano plástico podría borrarla y hacer parecer que nunca hubiera sucedido.
De la misma manera como sucede con la cicatriz de mi quemadura, así suelen ser las ofensas que nos hacen, puede ser que no nos duelan como en el momento que nos las hicieron, pero cuando las recordamos podemos experimentar cada detalle de como sucedieron, y solo un cirujano podría borrarlas de nosotros, ese cirujano es el Espíritu Santo.
Solo Dios por medio de su Espíritu puede inspirarnos ese verdadero perdón, aquel que va mas allá de lo que pensamos y sentimos, solo El puede enseñarnos a perdonar como El perdona, la Biblia nos enseña que cuando El perdona nuestros pecados los olvida y los envía al fondo del mar, de tal manera que si El es capaz de perdonarnos, entonces por medio de la promesa de Jesús, nosotros también somos capaces de perdonar y olvidar la ofensa de cualquiera, no importando que tan fuerte o profunda haya sido la herida causada por la ofensa.
Jesús murió por nosotros en la cruz y lejos de reconocerlo en ese momento, los hombres le injuriaban y le insultaban, no se daban cuenta de lo que hacían y aun en ese momento de abandono Jesús sabía que no podía confiar en su parte humana, por lo que recurrió a lo alto para encontrar ese perdón y otorgarlo a sus agresores, así podemos hacer usted y yo, ir mas allá de nosotros y permitir que sea Dios quien funja como ese cirujano y que haga que cualquier ofensa que nos hayan hecho, sea borrada como si jamás hubiera estado ahí.
En esta mañana le quiero invitar a pensar diferente, no como lo acostumbra hacer, tome sus cargas, tome sus ofensas y presentelas delante de Dios, confiese que algunas le son imposibles de perdonar y que necesita de El para hacerlo y deje sus cargas con El, experimente el verdadero perdón, notará como algunas de esas ofensas le serán incluso difíciles de recordar en cuanto a los detalles, ya que fueron borradas por alguien superior a usted y con un efecto eterno.
Si por alguna razón usted nunca ha entregado su vida a Jesús y no dimensiona como es que Dios puede hacer una diferencia en su vida, éste es el mejor momento para hacerlo, es tan sencillo como hacer una pequeña oración en la que se declare hijo de Dios y permita que El sea su Señor y Salvador, aprenda que aunque Jesús a pesar de haber muerto y resucitado por todos nosotros, solo puede hacer efecto en nuestras vidas en el momento que le reconocemos en nuestro corazón y nazcamos de nuevo (espiritualmente) y seamos hechos hijos por adopción.