Conozco a una gran cantidad de personas que suelen decir que saben perdonar a quienes les ofenden pero que jamás olvidan sus ofensas, de hecho, yo solía ser una de esas, hasta que llegó el día en el que me dí cuenta que en realidad no olvidaba ni perdonaba, solo me hacía yo un tipo de «coco-wash» con la idea de que era yo una mejor persona que quien me había ofendido y que tenía la capacidad de perdonarla, pero a su vez no olvidaba y mantenía cierta distancia para con esa persona.

La verdad es que no hay varios tipos o varias escalas de perdón, es decir, o se perdona o no se perdona, y si Dios nos dice en su palabra que tiene la capacidad de hacerlo, y a su vez nosotros hemos sido creados a imagen y semejanza suya, entonces es un hecho que tenemos la capacidad de perdonar a quien sea y olvidarlo para siempre.

Es interesante eso de perdonar y olvidar, ya que si no lo hacemos de esa manera, primeramente estamos yendo en contra de nuestra propia naturaleza, ya que fuimos creados con esa capacidad absoluta de hacer como Dios hace, y segundo, nos llenamos de cosas que supuestamente perdonamos pero no olvidamos que van haciendo de de nuestra memoria un lugar sombrío y de cierta manera amargo por la cantidad de recuerdos desagradables que hay en ella.

No recuerdo la cita de momento, pero me emociona cuando la leo, ya que dice que Dios al perdonar nuestro pecado, envía su recuerdo al fondo del océano, imagínese!, perdona todo lo que hemos hecho y simplemente lo manda a un lugar dentro de su creación donde no este a su vista para poder enfocarse a lo que realmente vale la pena para El, en nosotros.

Solemos vivir de esa manera, con nuestra atención y nuestra memoria dirigidos a los lugares equivocados, en los recuerdos desagradables, en los momentos tristes que opacan las cosas que valen la pena y nos perdemos de juntar memorias agradables y hacer la voluntad de Dios.

Al pensar en esto, no puedo evitar el sonreír, ya que recuerdo hace algunos años cuando me mude a Guanajuato y mi Pastor y Tío me presentó a Gustavo y Julieta, quienes ahora forman parte de mis mejores y mas íntimos amigos, yo en ese entonces me encontraba algo confundido y aturdido por los cambios en mi vida y estaba batallando un poco para asimilar mi cambio a esa ciudad, además no había aun podido hacer muchos amigos, y ellos no estaban dentro de mis planes!, eran demasiado perfectos!, tenían esa irritante sonrisa en los labios todo el tiempo y no importaba que dijera, siempre tenían algún comentario cómico que hacer sobre cualquier tema!, iban en contra de toda mi naturaleza «grinch» y de la actitud que tenía en ese momento.

Conforme pasó el tiempo y la firme intención de Gustavo y Julieta de ser mis amigos (cosa que valoro como pocas en la vida), me di cuenta, que así como yo juntaba experiencias negativas en la vida, ellos enumeraban las bondades que Dios hacía en las suyas y como se esforzaban por ver la mano de Dios en cada cosa que hacían de manera que se dieron cuenta que Dios no «por algo» hacía las cosas, sino que tenía y tiene un propósito en cada una de ellas y que ese propósito era y es diseñado específicamente para ellos.

Cuando me di cuenta de esto, decidí imitar su ejemplo, y enfocarme en lo bueno en vez de lo malo en verdaderamente perdonar y no solo olvidar, en hacer cosas «buenas», pero me di cuenta que era muy difícil, ya que no tenía el hábito de lo bueno en mi vida, tampoco de lo malo, simplemente llevaba un vida «gris» en la cual ni afectaba ni beneficiaba en nada a nadie, y eso me hacía ser una «buena persona» según mi entendimiento, pero me frustraba que a pesar de que Gustavo y Julieta tenían esa irritante sonrisa, yo quería exacta y específicamente lo que ellos tenían, y fue entonces cuando me tome un tiempo, fui a la presencia del Padre y le pregunte como es que ellos hacían y la respuesta me dejó atónito…

Como lo comenté previamente, no es que Gustavo y Julieta quisieran tener una actitud positiva, o que la ley de la atracción les funcionara, sino que le dieron el lugar que le corresponde a Dios, ese lugar de Dios, Rey, Salvador y muchas otras cosas enormes sobre nuestras vidas y se dieron cuenta que tan poco podían ellos lograr con sus propias fuerzas y que tantas podía hacer El por simple amor a ellos de manera que empezaron a enumerarlas, y fue ahí que entendí que era para ellos algo así como «Navidad todos los días», ya que todo el día y diario veían en amor, el favor y la bondad de Dios para sus vidas y en todo lo que hacían, y lo mas importante que no podían ni influir ni intervenir en ello, ya que si así fuera, se jactarían de ello.

Mi invitación del fin de semana es precisamente a eso, no a que cambie de actitud, ya que eso tiene el riesgo de ser pasajero, sino a que aprenda poco a poco en la palabra de Dios como es que Dios nos bendice, a que reconozca la mano de Dios en todo lo que pasa a su alrededor y a aprenda de esa manera a dejar de coleccionar memorias y pensamientos desagradables, aprenda a perdonar de manera auténtica y a darse cuenta que aun ese perdón puede ser inspirado por Dios mas allá de su propia mente y su corazón y haga como Gustavo, Julieta y el salmista, disfrute de las maravillas de Dios que no puedan ni contarlas, de manera que la sonrisa no pueda evitar brotar de su boca, sin ningún motivo aparente para los demás.

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