Soy una de las personas que no suele ser muy afecto a celebrar sus cumpleaños, y este año no fue la excepción, por lo general suelo ir a algún lugar donde tenga difícil acceso a mi correo y a mi inseparable blackberry y me dedico a disfrutar de un día solo para mi, y este año decidí tomar la recurrente invitación de mi amigo Xavier de hacer una travesía por la selva Quintanarroense en cuatrimotos para terminar haciendo saltos a algunos cenotes de la región.
Un día previo a esto habíamos ido a un parque acuático con unas amigas que habían venido de visita y en ese lugar conocimos a una familia de alemanes que gustosos nos acompañaron al día siguiente a la aventura motorizada también.
Tom y su familia estaban muy contentos y agradecidos por la invitación ya que sus vacaciones no habían ido del todo bien y tenían la constante sensación de que estaba siendo estafados todo el tiempo, además de que es mas agradable el pasar tiempo con amigos y sobre todo si estos hablan su idioma y les pueden explicar cada cosa que sucede o que es lo que tendrán que hacer.
Una vez en la actividad fue fácil, a cada quien nos dieron las instrucciones de que hacer y estábamos en medio de la jungla y tratando de pasar tan rápido como pudiéramos por cada charca disponible para mojarnos pero sobre todo mojar al que iba atrás de nosotros, una vez que llegamos a nuestro destino, nos presentaron un pequeño agujero en el suelo, no creo que midiera mas de 5 metros de diámetro, al ver hacia adentro era evidente que era una cueva y se veía el reflejo de la luz en el agua, yo por mi parte y tras vivir ya por mas de 2 años y medio en la región se lo que es un cenote (una cueva subterránea de agua dulce), y por animar a los demás, di el primer brinco hacia adentro cayendo en el agua fría y refrescante, una vez adentro, pude admirar la cueva, y podía ver como la poca luz que se filtraba por 2 agujeros, se reflejaba en las piedras en la profundidad, pasamos un buen rato nadando, brincando y disfrutando de la cueva, y de pronto Tom mi nuevo amigo me hizo una pregunta, «que profundidad tiene el agua en esta cueva?», la respuesta fue sencilla, ya que había investigado en Internet previamente y le respondí «200 metros aproximadamente», como usted se podrá imaginar, Tom se asusto y su primer instinto fue salir tan pronto como pudo del agua y llamo a su pequeño de 11 años a que lo hiciera también, una vez fuera del agua razonó que ya había estado dentro, y que lo había disfrutado y que no había de que temer por mientras no hiciera nada peligroso, así que pasamos un muy buen rato deslizándonos por una cuerda colgada del techo de la cueva y cayendo repetidas veces en el agua.
Al llegar a mi casa ese día fui a mi lugar de oración a meditar al respecto, por un lado me sentía un poco apenado con Tom y su familia, me preocupaba el hecho de que pudieran pensar que no les hubiera dicho con intención la profundidad del agua, y que sintiera que los puse en peligro, y por otro lado estaba consciente de que si le hubiera platicado de la profundidad del agua, probablemente no hubieran saltado por el agujero o siquiera haberse metido al agua (aclaro que olvide sin intención el compartirles el dato), pero si lo hubieran sabido, no hubieran disfrutado de una aventura única y excitante, ¿no lo creen?.
Este largo ejemplo se relaciona con la cita del día de hoy, con respecto a que las personas toman mucho tiempo para entrar en el río de Dios, es decir en meterse a disfrutar la vida en Dios como El la diseño para nosotros, o bien como diría mi amiga Claudia, lo quieren hacer poco a poquito, como midiendo los riesgos (como si los hubiera) y donde se sientan seguros, y a veces no pasan de mojarse la punta de los pies o los tobillos a lo mucho, como hacen muchas personas que visitan lugares como los cenotes.
La cita de hoy nos habla acerca de lo que es vivir en Cristo, todos comenzamos parados a la orilla de ese río del cual desconocemos su profundidad, pero que vamos disfrutando su frescura y la impotencia de su poder, conforme nos vamos metiendo nos damos cuenta que es un reto cada vez mas atractivo el meternos mas profundamente, hasta que estamos nadando en un río del cual no tenemos el absoluto control, pero que sabemos que no nos hará daño, por el contrario, nos llena de beneficios.
Lo ideal es que hiciéramos como Tom y su hijo, que solo confiáramos en quien nos invita (en este caso Jesús mismo) y nos atreviéramos a aventarnos y darnos un chapuzón de lleno en las aguas del río de vida de Dios sin pensar en la profundidad, sin pensar en el alcance, sino simplemente confiando que hasta el día de hoy no hay uno que le haya hecho daño el acercarse y entregarse incondicionalmente a Dios, no lo cree?