Por motivos de mi trabajo viajo todo el año lo cual me permite quedarme en todo tipo de hoteles, unos grandes otros pequeños pero todos tienen una cosa en particular, ninguno tiene la sensación de estar en casa, ninguno de ellos tiene alguien que me espere ahí, por tanto, el mejor lugar para estar es mi casa, ahí es mi hogar, ahí están los que amo y me aman.
Cuando invitamos a Dios a nuestras vidas, es más o menos igual, por lo general lo invitamos en el tiempo en el que nuestra situación no es del todo buena, en muchas ocasiones lo invitamos mas por necesidad que por gusto y con ello pretendemos que El venga y resuelva nuestros problemas y en el momento que tenemos paz de aquello que nos agobiaba, simplemente bajamos la intensidad de nuestra calidez a aquel que habíamos invitado hace poco.
Esto se asemeja a un cuarto de hotel, no? , por más que invitemos una y otra vez a Dios a nuestras vidas y no preparemos un santuario dentro de nosotros para que habite, no será más que un huésped que entre y solo este de paso en nuestras vidas, constantemente, pero de paso.
David el Rey anhelaba más que otra cosa el poder edificar un Santuario a Dios, ya que sabía que si lo hacía, la presencia de Dios estaría de constante en ese lugar, aunque no le fue permitido por Dios el hacerlo, no se detuvo en hacer los preparativos, llamo a los canteros a que labraran las piedras, preparo los clavos y las bisagras de las puertas, reunió toda la madera y las piedras preciosas que adornarían el templo, y posteriormente fue Salomón su hijo quien edifico el Santuario.
Al momento que hacemos que nuestro corazón pase de ser un frió cuarto de hotel (por lindo que este) a un santuario, no solo recibiremos la bendición constante de Dios sino podremos darlo como heredad a nuestras generaciones futuras, así como hizo David.