En nuestras vidas cotidianas solemos decir que en toda relación que termina «donde hubo fuego, cenizas quedan…» esto se refiere a que una vez que entregamos nuestro corazón a alguien, siempre permanecerá un cariño especial por esa persona y viceversa.
Para con Dios sucede algo similar, la diferencia radica en que Dios no solo entrego su corazón por nosotros sino a si mismo, lo cual hace que el amor que tiene para con nosotros no se apague y nunca llegue a cenizas, y hace que el amor que hay en nuestro corazón para con El tenga siempre la necesidad de estar vivo, una y otra vez llama desde nuestro interior y habla a nuestra conciencia, a nuestra alma y a todo lo que somos para que le avivemos, para que podamos disfrutar de la gloria de Dios puesta en nosotros, y podamos vivir en plenitud.
Solemos pensar que llevar una vida de acuerdo a la de Dios es algo complejo, mas no lo es, no tenemos que cambiar para estar bien con Dios, por el contrario, debemos de buscar a Dios y El cambiara en nosotros lo que sea necesario cambiar, hará que el fuego puesto en nuestro interior consuma lo que nos estorba y lo reemplazara con un Espíritu que llene y avive todo lo que somos.