Durante mi crecimiento y a mi edad adolescente, recurría a mi una constante pregunta,
¿Realmente soy agradable a Dios? y si no lo soy, ¿que tengo que hacer?
Se que puede sonar como una pregunta muy simple ya que todos suponemos que Dios en su infinito amor nos creo y que todos somos agradables a El, lo cual es cierto pero eso no nos garantiza nada, para poder entrar en su presencia tenemos que estar limpios y cuando digo limpios me refiero a 100% limpios, y solo Cristo tiene la facultad de limpiar y perdonar nuestros pecados, ¿que tanto? tanto asi como lo dice la palabra de hoy, tanto como le amemos, y el amarle no es que digamos que le amamos, sino que en nuestro diario vivir se note.
Se lo voy a ejemplificar, si va usted caminando por la calle y por accidente, una persona choca con su hombro en usted y la persona le dice «perdóneme» y usted responde «no hay problema», la disculpa de la persona es intrascendente por que usted no conoce a esa persona, tal vez nunca la vaya a volver a ver y no fue relevante, mas sin embargo, cuando alguien de su familia comete un error o le agravia por alguna razón y viene honestamente con usted y le pide perdón, lo mas probable es que la situación termine en un abrazo y una mirada sincera.
Exactamente lo mismo pasa con Dios, usted puede ser esa persona en la calle para El, si solo cuando cree que realmente se ha portado mal y vienen delante de El a lavar su conciencia, o puede ser esa persona de su familia (es decir su hijo) quien viene con el corazón en sus manos a pedir perdón en amor, es entonces cuando El, usa el mismo amor que tuvo cuando le creo para perdonarle y abrazarle y hacerle una persona nueva.